Los españoles tendríamos que darles cuatro hostias a los extranjeros... por Antonio Cabrero Díaz
Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo, aquí estamos otra vez.
Lucio “Talento” me dijo el puente pasado que piensa votar a AHORA MADRID para la alcaldía de la capital y a PODEMOS para la Comunidad de Madrid, y que lo escribiera en primera línea del Libertalia semanal. Sus deseos son órdenes y aquí lo dejo escrito. Yo voy hacer lo mismo que Lucio.
Hay dos listas aspirantes a gobernar el ayuntamiento de Pedro Bernardo, Ávila. Una del Partido Popular y otra de Izquierda Unida. Si yo tuviera que elegir entre una de las dos votaría en blanco. Votar al PP significaría ser cómplice de la corrupción a la que este partido nos tiene sometidos, y votar a IU significaría dar la confianza a un ex concejal que si tuviera vergüenza no se votaría a sí mismo.
En Madrid parece que Aguirre y Cifuentes, según las encuestas, van a ganar sin mayoría. No hay nada como ser racista, ladrón y cara dura para que la gente te vote. Habrá que intentar por todos los medios pacíficos (la violencia la ejercen los que dicen ser demócratas) que esta terrible desgracia no tenga lugar o me veré obligado a emigrar a Alaska.
Sin más, esperando que la fuerza les acompañe y la inteligencia les ilumine, y que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:
“LOS ESPAÑOLES TENDRIAMOS QUE DARLES CUATRO HOSTIAS A LOS EXTRANJEROS”
“Espero que la muerte venga a buscarme cuando no lo tenga previsto”
“En mi familia se acuestan y por la mañana se levantan muertos”
(Ambas perlas son de este que escribe durante una ronda de cañas del pasado fin de semana)
He superado el lunes después de un puente que comenzó el viernes. Me espera la Casa de Campo y un poquito de rock and roll para acabar de airearme. Me acerco al metro pensado en lo bien que me veo por mi mala cabeza. Hay algo que voy dando vueltas desde que llegué del pueblo.
No es la política la que ocupa mis pensamientos, y mucho menos el fútbol. La Juventus de Turín es la única esperanza que queda para que no ganen siempre los mismos. Imagen que roza mi cerebro y abre una pequeña herida que supura incomprensión ante lo que me rodea, ante la gente que me rodea más concretamente.
El peso. No me refiero a una máquina. Tampoco estoy hablando de un sistema. Es más bien una preocupación. También es un valor en alza. Los kilos pueden determinar el éxito personal. También puede arrastrar a la gente a la más profunda de las depresiones. El cuerpo depende totalmente de su poder. La mente no puede razonar sin su permiso.
La obsesión por no estar gordo raya lo ridículo. Alucino escuchando los comentarios de las personas que están cerca de mí respecto a este tema. Es mas, estoy hasta las narices (iba a decir cojones) de oír la misma cantinela. Pero, ¿qué nos esta pasando?
La admiración por los individuos que están delgados es absoluta. La mezcla de compasión y rechazo es lo que reciben aquellos que están gordos. Unos hacen la dieta del melón, del jamón, del roscón, del caramelo, del pescado, de la carne, o de la fruta. Otros comen aquello que les viene en gana, o lo que les apetece dentro de un orden.
Los primeros son felices con el resultado pero tienen una cara en donde gana la tristeza. Los segundos son felices porque hacen lo que realmente quieren hacer, pero la presión de los cánones de la belleza a veces les deprime.
Pienso que es de estúpidos pretender, una vez que transcurren los años, tener mejor cuerpo con más de cuarenta que cuando se tienen veinte. Opino que es de imbéciles estar todo el día preocupados por un cuerpo que a la larga va a servir de menú para los gusanos. Que menos que dejarles algo de chicha a estos seres necesitados. Creo que la belleza siempre estará en el interior, que las cosas hay que hacerlas porque uno quiere, y que, por muy buen físico que se tenga y muy guapo que sea uno, el que ha sido tontito de pequeño irremediablemente será gilipollas de mayor.
Y en esto iba pensado cuando de repente escuché, “los españoles tendríamos que darles cuatro hostias a los extranjeros”. Desperté de golpe. La conversación continuaba. No fui capaz de descifrar el resto. Tampoco me apetecía. Lo que si hice fue girarme hacia la señora que lanzó esta lindeza. Estaba hablando a un señor de su edad, más de sesenta aproximadamente. Vieron mi mirada asesina, mezcla de odio y rabia. Me miraron preguntándose que me habían hecho a mí si yo no era extranjero.
El camino a Puerto Chico es largo. Durante el trayecto en el vagón, gracias a Leño, se me olvidó todo lo ocurrido. Escuchando la canción, “Este Madrid”, que dice que ni las ratas pueden vivir, hice una modificación mental. Las ratas no pueden vivir porque es una ciudad llena de bobos, que no dejan espacio a la solidaridad y a los buenos sentimientos.
No hay dos sin tres. En el trasbordo hacia Aluche una señora me pregunta. Yo no la oigo. La pregunto que quiere. Le digo que no la conozco. Ella me dice que es vecina de la calle Camarena. Se sabe mi vida y yo no la he visto en toda la mía. Me habla de la comunidad de vecinos y sus problemas. Me remata comentado que en su edificio hay tres que no pagan, y, ¡cómo no!, son extranjeros.
Hasta aquí he llegado. No grito. Le explico con calma que la honradez nada tiene que ver con el color de la piel y la nacionalidad. Añado que la ley nos la aplican de la misma mala manera si somos pobres. Finalizo explicándole que los mayores, los que más roban, no son de Ecuador, de Bolivia, de Colombia, de Rumania, de Bulgaria, de Argentina, o de Perú, son españoles, que pertenecen al PP y al PSOE, y están presentes en las instituciones públicas gracias a que ellos les votan. Me despido con educación y busco el bosque con la intención de no encontrarme a ningún tonto más pues considero que el cupo de mi paciencia ese día ha rebasado su límite.