Amor de verdad... por Antonio Cabrero Díaz

13.12.2013 00:00
 

 

Hola amiguitas y amiguitos de PB AGUJÚO, aquí estamos otra vez. Hoy les voy a hablar sobre la ceguera artificial que nos envuelve y que no nos deja ver la inmensa fortuna que nos rodea, que a su vez provoca que nunca seamos del todo felices y que nos sintamos constantemente insatisfechos, siendo incapaces de querer y sentir intensamente.

Antes, en honor a todos aquellos hijos del pueblo que todavía permanecen al lado del fascismo que ejerce el poder, y que no han dado el paso de alistarse en las filas del sentido común y la lucha por el bien de todos, les voy a comentar el constante abuso y robo que ejercen las multinacionales eléctricas contra el usuario y consumidor.

Desde aquí poco puede hacer un humilde servidor (cuyos conocimientos son escasos, no solo en esta materia, sino en general) para explicarles el por qué de la continua subida del recibo de la luz cuando los que la gestionan tienen continuos beneficios.

La lógica me indica, al estar expresidentes del gobierno y antiguos cargos de la política en los consejos de administración de las diversas hidroeléctricas, que el estado utiliza nuestro dinero para hacer más ricas a estas empresas, y que en contrapartida estas aseguran una mas que lujosa y segura jubilación a quien les permiten que campen a sus anchas, y que no sean metidos en la cintura de la moral, la justicia y la ley.

Como esto siga así el hecho de tener velas o candiles no será óbice para que no se cobre un mínimo por ser considerados terminales fijos que hacen competencia desleal  a los cables eléctricos, y que a la hora de encenderse un cigarro se pague por el haz luminoso que emite porque provoca el eclipse de la luz de las farolas de la calle, anulando su capacidad de ahorro y aumentando el gasto energético, cosa esta que es obligatorio compensar.

Sin más, soñando que el miedo deje paso a la esperanza, y esperando que les guste, y que les disguste, les dejo con:

 

AMOR DE VERDAD

 

A Laura, buena gente que camina, la cual dice que me aprecia aunque a veces sea muy gilipollas  (opinión con la cual estoy totalmente de acuerdo), y a la que damos ánimos para que vea la parte positiva de las cosas que nos rodean y supere las numerosas pérdidas de seres queridos que sufrió la semana pasada.

 

Había dejado el alcohol de momento porque le producía más penas que alegrías. Sus dolores de espalda no remitían y le hacían retorcerse de dolor hasta que podía ponerse de pie. Una vez que se calentaba y tomaba la medicación estaba listo para acudir al trabajo que afortunadamente tenía cerca de casa.

De pie, en la tienda, a la vez que repasaba el pedido, revisaba las miradas cómplices, las mañanas de dulces despertares abrigado por su compañía, y los momentos de plena comprensión y cariño que había vivido con ella.

Mientras andaba absorto en sus pensamientos se la cayó una caja de zapatillas, y con ella su corazón, rompiéndose en mil pedazos. Hacía dos semanas que lo había dejado, después de más de tres años de relación, y de unos cuantos amagos de vuelta a la felicidad frustrados por el látigo de la falta de entendimiento.

Su vida no tenía sentido, nada le parecía bien, sus aficiones lo disgustaban, ni tan siquiera su guitarra podía llenar el vacío de su ausencia. Tampoco las numerosas suplentes que visitaban ocasionalmente su cama conseguían borrar el perfume que permanecía impregnado en sábanas, toallas y demás objetos de la casa, y el cual se resistía a desaparecer agarrándose a sus entrañas como un naufrago a su tabla de salvación.

En otro lado opuesto de la ciudad vivía una chica que estaba triste y un poco desmoralizada, y con las mismas ganas de vivir que nuestro joven despechado. Cometió el error de enamorarse de quien no debía, de una persona que no le correspondía como ella hubiera deseado, el cual le había hecho perder los mejores años de su vida.

Intentaba no verle, deshacerse de la atadura de su imagen, y dejarlo atrás buscando un nuevo camino, con un horizonte libre y despejado. Pero todos sus intentos eran inútiles, además la constante preocupación por la autodestrucción de su ser querido le impedía dejar de quererle.

Ella anhelaba un futuro en donde el cariño envolviese sus cuerpos y sus destinos, en donde la unión del uno con el otro les llevase a engendrar otro ser, fruto de su amor en común. Él de momento no estaba dispuesto a dárselo, y probablemente nunca sería capaz de proporcionárselo.

Los golpes de la vida iban haciendo mella en su agujereado corazón. La muerte de seres cercanos y queridos le había provocado que una obsesión sustituyera a la otra, haciendo que se planteara el hecho de que el humano es mortal, y que en cualquier momento puede ser vencido por el miedo a lo desconocido, y a dejar de existir para siempre.

Esta sensación angustiosa tenía cogida por las extremidades nerviosas a ambos protagonistas, uno por no poder llenar el abismo profundo producido por la pérdida del amor, la otra por no lograr la unión inquebrantable con su  otro yo.

Dos personas, dos vidas paralelas, y dos destinos con solución. Porque si una cosa tiene esta vida es que ofrece, no una, sino multitud de nuevas oportunidades. Y no es cuestión del azar el proporcionárnoslas, y sí de la determinación de las propias personas que no han tenido fortuna, pero que son capaces de arrinconar el miedo traducido en pesimismo, y armarse de valor para hacer de su existencia algo positivo y agradable.

En estos razonamientos andaban cada uno, sentados en bancos diferentes de un bonito parque, rodeados de árboles desnudos por el otoño, cuando el corazón comenzó a avisarles de que algo bueno estaba a punto de suceder.

Los ojos se cruzaron una vez rápidamente, de pasada, pero a la segunda oportunidad, vencidos por el deseo, se quedaron fijos, haciendo que los párpados se helasen, y las pestañas desparecieran como si fueran postizas.

Tenían piernas y brazos, estaban vivos, sería estúpido no aprovechar la ocasión y quedarse anclados en el puerto de la desdicha y la lamentación. Estaban preparados para acercarse, conocerse, e intentar de nuevo ser felices.

 

 

 

La vida es muy corta para perderla llorando y compadeciéndose de sí mismo, lamentándose de la mala suerte que tenemos al no cumplir con nuestros objetivos y sueños. Por otro lado puede ser muy larga y satisfactoria, como la de nuestros recién enamorados, si conseguimos valorar, sentir y querer de una manera sencilla y natural, sin grandes alardes y ambiciones, haciendo que el amor sea un sentimiento de verdad y no un frío acuerdo que produzca beneficios pactados.