Ande Yo caliente, pierda la gente... por Antonio Cabrero Díaz

02.10.2015 00:00

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo. Aquí estamos otra vez.

En vista de cómo están las cosas, y lo rabiosa que esta la gente de clases medias-bajas, he decidido no volver a hablar de Manuela Carmena, y de su equipo de gobierno, Ahora Madrid. Sigo sin entender ese odio desmedido hacia los más cercanos a nosotros que han estado nunca en las instituciones públicas gestionando nuestro dinero. Como siempre digo, ustedes mismos.

No voy a comentar nada sobre Cataluña, pero si voy a señalar el batacazo que se pegó el mesías Pablo Iglesias. Cada uno recoge lo que siembra. Si tú no te defines, quieres quedar bien con todo el mundo, y te aprovechas de los movimientos ciudadanos para tus intereses, te conviertes en lo mismo que son los partidos tradicionales que tanto criticas, y la gente, que no es tonta, no te vota.

En la Comunidad de Madrid gobierna el PP porque nuestro amigo no quiso ir de la mano de IU. En las próximas generales volverá a ganar el PP, y gobernará de la mano de Ciudadanos si la izquierda no lo remedia. A tiempo están de juntarse y formar una agrupación que aglutine el desencanto de la ciudadanía, sino el desastre llevará a que la derecha más rancia siga gobernando otros cuatro años más este mediocre país.

Sin más, esperando que les guste y disguste lo escrito, les dejo:

 

ANDE YO CALIENTE, PIERDA LA GENTE

 

“¿Tú de quien eres?,

 Yo soy de la Antonia…”

 

Esta breve respuesta es la que suelo emplear cuando la persona que está hablando conmigo me lanza esta pregunta ofensiva. Pregunta que me suelen hacer cuando estamos discutiendo de política, o de la situación social en la que nos encontramos.

El encasillamiento es el recurso del pobre, del limitado, del que no tiene ningún argumento para rebatirte. Y esta respuesta es la mejor arma para dejar desarmado al que la indignación le hace verte como su principal enemigo.

Detrás de cada conversación en la calle, en el trabajo, o en un grupo de amigos, se esconde la competitividad que nos graban a fuego, y, sobre todo, el egoísmo intrínseco de ser humano que forma parte de las sociedades de los países desarrollados.

Recuerdo cuando se les bajó el sueldo a los funcionarios. La mayoría de las personas que me encontraba estaban contentas. Se alegraban de que a un colectivo, según ellos, privilegiado, le metieran un poco en cintura.

Cuando se siguió el ajuste con los sueldos de los empleados públicos (aquellos que cobran del estado y no son funcionarios) no hizo tanta gracia, y cuando después de estos se fue a por los trabajadores de la empresa privada, confirmando los pronósticos de todo el que tenga dos dedos de frente, la risa desapareció por completo de los rostros de los que antes disfrutaban del mal ajeno.

El ciudadano es tan necio y egoísta que respira y opina según le va la vaina. Si el ayuntamiento de Madrid me da los días que anteriormente me quitaron como agente de movilidad opino que lo están haciendo muy bien. Si el ayuntamiento de esta ciudad contrata más gente para limpiar las calles, y veo que se quieren quitar de en medio a la empresa para la cual trabajo, opino que son lo peor que ha gobernado nunca.

La vida de muchos no se desarrolla más allá de su ombligo. Esta es una opción que respeto pero que considero del todo equivocada. No puedo obligar a nadie a pensar en los demás, y a querer que a todos nos vaya mejor, aunque para el interés de los que piensan en sí mismos sea más beneficioso que a los que les rodean les vaya bien.

Desde niños nos meten en la cabeza que tenemos que ser los mejores, y que no hay que tener problemas. Esta competición nos hace pensar solo en nosotros y ver a nuestros iguales como adversarios. Esta postura es la más provechosa para que el capital de las cuatro familias que tienen casi todo el dinero siga manteniendo y elevando su nivel de vida.

Me estoy empezando a cansar de tener que explicar una y otra vez todo lo que anteriormente han leído a todo aquel o aquella que se topa conmigo, y que encima me insulta y me desprestigia. Estoy comenzando a desear que la marea lo cubra todo y ver quién es el listo o lista que encuentra un punto de tierra para poder sobrevivir.

He  decidido no gritar, ni cabrearme, ni pelearme, y mucho menos convencer a nadie de nada. Por este motivo el otro día discutiendo con un vecino actué de la misma manera que con un antiguo compañero de colegio unos días antes, me callé, me relajé, y ante su estúpida pregunta, les contesté, “yo soy de la Antonia”, “¿y esa quién es?, ¡MI MADRE!