Calor ET... por Antonio Cabrero Díaz
Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo.
Aquí estamos otra vez a pesar de la recién aprobada ley de seguridad ciudadana, más conocida como “ley mordaza”. Deseo que no haya ningún miembro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado que entren en esta página. No vaya a ser que escriba algo ilegal, y que, con la nueva ley, me sancionen con una multa de esas que quitan el hipo.
Puede, por otra parte, que al leer lo anterior, piensen que siempre escribo sobre lo mismo. Esto es normal, debido a que esta columna es de opinión, y como tal, el que lo escribe, que soy yo, da su punto de vista de la realidad social y política que le rodea.
Podría escribir artículos de historia, de física, e incluso de deportes, pero para eso están las publicaciones especializadas. Además tendría que documentarme, y ese es un esfuerzo, que, a día de hoy, no estoy dispuesto a hacer.
Manuela Carmena, y su concejala de medio ambiente, Inés Sabanés, ya se han reunido con los jefazos de Fomento para tratar el tema de la limpieza en Madrid. Han exigido que contraten a los más de quinientos trabajadores que despidieron, para que nuestra ciudad vuelva a ser habitable y no el estercolero que es ahora. ¿No me digan que esta medida tampoco les gusta?
Sin más, esperando que el sudor les regule la temperatura corporal evitándoles un golpe de calor, y que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:
CALOR ET…
Llevo más de dos semanas sudando. Las gotas recorren mi cuerpo de los pies a la cabeza, o, mejor dicho, de la cabeza a los pies. Ahora lo llaman “ola de calor”, antes los más viejos del lugar lo llamaban “la calor”.
Me pongo de pie, me vuelvo a sentar, y como si nada. Es de día, pero da igual que se haga de noche. Parece que algo tan sencillo como que refresque ya no se ve. El aire no corre en las alturas, y si lo hace es como si saliese del cráter de un volcán.
Desesperado, bajo al parque, busco la sombra de los árboles, pero la última tala ha dejado pocos, y con escasas ramas que los adornen. La ría no lleva agua, y el césped, debido al recorte en jardines, da asco verlo.
El aire artificial, más conocido como acondicionado, no me atrae. Me provoca la sensación de miles de agujas trepanando mi cabeza. Es como si me rasgaran la piel a tiras. Mis fosas nasales no lo toleran, y las vías respiratorias le hacen el vacío por simple precaución.
Tengo suerte. Tengo un pueblo en la sierra que está cerca. Hasta que no cese el hostigamiento acudiré en su ayuda para que me alivie. Allí tampoco parece que el calor sea de baja intensidad. Por las noches sí que se nota la diferencia ente una ladera llena de pinos, y una hilera de viviendas rodeadas de asfalto.
Calor, calor. Y más calor. Estamos en verano, parece que no gusta, pero es una estación en la cual suele haber altas temperaturas, sobre todo del Puerto del Escudo para abajo. La España húmeda y la España seca. Nosotros vivimos en la seca.
Estoy de vuelta en la cuidad. Tumbado boca abajo en la cama sin moverme. El reloj me avisa del paso del tiempo, y del tiempo que llevo sin dormir. Al día siguiente no tengo que trabajar. Esto es una suerte. Puedo estar todo el día a la sombra, mientras que otros están picando al sol.
Soy afortunado pasando calor en Madrid. En Mauritania pasan calor, pero eso no es lo peor. A las mujeres les tapan la cara y las matan, sino siguen los mandados de un grupo armado que tiene sometido al país. A los hombres les cortan las manos y les hacen combatir. En Francia también hace calor, pero menos. El aire acondicionado de su gobierno esparce millones de dólares para que estos asesinos del Estado Islámico les cedan todos los recursos energéticos a cambio de dejarles que incumplan todo tipo de derechos humanos.
Estoy agobiado. Son muchas jornadas a más de cuarenta grados por el día y veinticinco por la noche. No sé si voy a aguantar. Los de ahora no somos como los de antes. Somos muy blanditos. Nos asustan con el frío y con el calor, como si en vez de ser algo natural se tratase de crueles enemigos que vienen a perturbar nuestras vidas cuasi perfectas.
Estoy chorreando. La almohada parece una cama de agua. Me seco con una toalla. Repito, CALOR, CALOR, y de repente me sale, casi sin querer, CALORET. Me pongo a reír como si no estuviera en mi juicio. Los vecinos ya están acostumbrados. No creo que se asusten.
A continuación me viene a la mente la frase, “vaya hostia”, y vuelvo a sonreír. Pienso que hay mucho trabajo por hacer, pero que algo está empezando a cambiar. Noto como el sudor sabe más dulce, y los regueros, que provocan sus gotas por mi cara, me refrescan como su fueran torrentes de una garganta.
En ese momento diviso “la cazuela”, un charco que parece un jacuzzi natural. Estoy dentro, siento el frescor de su agua y me salpica el chapoteo que provocan los movimientos de amigos que me acompañan. Y entonces desaparece el calor, solo hay un frío intenso, de ese que te lleva a pensar, como no, en los demás.