Cambiar o permanecer... por Ángel Sánchez Díaz

04.06.2014 12:40

Hace tiempo que en esta sección no se habla de política.

Desde hace más de 30 años dos partidos políticos se han ido alternando en el poder, aunque este domingo en las elecciones europeas han recibido un fuerte varapalo perdiendo más de 5,5 millones de votos. ¿Se acabo el bipartidismo?

A diferencia de lo que pasó en países vecinos, también en crisis, como Grecia, Italia o Portugal, donde las fuerzas más votadas pagaron su gestión y perdieron el poder, aquí siguen los mismos aunque con muchos menos votos.

Así quedan repartidos:

 

 

¿Es posible que en un futuro próximo se produzca un cambio y el próximo presidente del gobierno no pertenezca ni al PP ni al PSOE?

El cambio es lento, aunque en el gráfico anterior, podemos observar que lo que se sembró en el 15M o lo que se recogió en las mareas ha tenido su primera cosecha en forma de escaños en unas elecciones Europeas.

Pero, ¿Estamos preparados para el cambio?¿Realmente queremos un cambio?

En el siguiente artículo tratamos de responder a estas preguntas, aunque como siempre que cada uno saque sus conclusiones.

 

CAMBIAR O PERMANECER

 

Nos educaron con el criterio de que la estabilidad era sinónimo de madurez, de equilibrio. Quien cambia es ‘inestable’, inmaduro, todavía no ha crecido, porque el ideal de vida, para la sociedad, es un mundo quieto.

Vivir en el mismo barrio, habitar la misma casa, permanecer en el mismo colegio, tener la misma pareja, ‘durar’ en el mismo trabajo, escoger carrera ‘para toda la vida’, amarrarse a la misma ciudad y al mismo país… todos son sinónimos de estabilidad. Ni qué decir de las ideas o de las creencias.

Hay que tener los mismos valores, los mismos criterios, la misma mentalidad. Atreverse a innovar es como una ‘locura’ y tendemos a pensar que es mejor permanecer que arriesgar cambiando.

El criterio más elemental para cambiar, el más simple si se quiere, es que lo que hemos vivido, lo que hemos estudiado, lo que nos ha acompañado, donde hemos permanecido, no nos ha producido ni la paz ni la armonía esperadas.

Muchas personas se lamentan, por ejemplo, por la ‘pérdida’ de valores o por la ‘pérdida de la familia’. Entonces, en la deducción más simplista, ‘volver’ con la familia tradicional ¿Ahora sí dará estabilidad?

¿Quién dijo? ¿Por qué creer que lo que no sirvió (o es que cree que el mundo va bien), hasta ahora, va a empezar a dar resultados?

¿No sería mejor buscar otra clase de alternativas que al menos nos permitan crear otra clase de circunstancias más humanas, de menos apariencia y de mayor contenido y aceptación de la diferencia?

Es el cambio y claro está también el miedo al cambio.

¿Qué escoger?

Arriesgar o permanecer, he ahí las alternativas.

Este miedo o aversión al riesgo viene provocado por qué no tenemos las garantías de que con el anhelado cambio vaya a mejorar la situación. Por ejemplo, hablando de política ¿Tenemos garantizada una sociedad mejor al realizarse un cambio en los dirigentes de un Estado?

En más de una situación, el cambio exterior, no produce los resultados que anhelamos ya que los problemas no son tan sólo geográficos, o de ambiente, o del político que nos representa, o de la ciudad o del país en el que habitamos. En ocasiones para obtener el resultado anhelado el cambio ha de ser interior.

Si sigo actuando igual que siempre y no cambio nada, todo seguirá como está y si así estoy satisfecho de mi mismo y del mundo que me rodea no tenemos nada que arriesgar. Pero si por el contrario, esto no es así y me gustaría mejorar en algún aspecto propio o de la sociedad, entonces debo cambiar y arriesgarme, pero también debo manejar internamente la flexibilidad para no apegarme, para fluir, para atreverme. Es el famoso equilibrio.

Cambiar pero no desbordarse.

Cambiar pero no precipitarse o indigestarse queriendo asumirlo todo a la vez.

Ningún cambio duradero es rápido o instantáneo.

Los cambios necesitan cocción.

En el cambio no hay horno microondas sino fogón de leña.

Lo único que no acepta cambio es la muerte.

Sorprende cómo los seres humanos dicen tanto de su personalidad a través de su necesidad o resistencia a los cambios.

Hay personas ‘muertas’ en vida que no se atreven a cambiar ni siquiera la ruta hacia el trabajo, ni lo que comen, ni se arriesgan a vestirse diferente, a mover los muebles de la casa, o a pasar un fin de semana de otra manera.

Por eso cuando no se acepta, la resistencia al cambio se convierte en enfermedad. A las buenas o a las malas, el mundo se mueve y el cambio no consulta.

¡Simplemente se da!

O me subo al carrito del cambio o el cambio me atropella.

 

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