Cenizas... por M. Yolanda Tejero
Hola a todos en esta nueva semana ya comenzada. A la espera de noticias o reportajes interesantes y esperando con ansia ciertas entrevistas de algunos paisanos, que o bien están en camino o dándole al coco seguimos con ello, Yolanda, desde su precioso rincón y a pesar de su delicada salud estos días por uno de esos malditos virus que te deja para el arrastre... nos trae un bonito relato para endulzarnos la semana...
Sin más dilación, os dejo con...
"CENIZAS"
Roma sigue siendo la ciudad caótica de siempre. El tráfico ruidoso llena sus calles de Lambrettas y Vespas que corretean entre coches y camiones. En las aceras pasean monjas, curas mezclados entre romanos apresurados y turistas ávidos de piedras, iglesias, fuentes, plazas y helados.
Claudio y yo volvemos a recorrer la ciudad como hace veinte y cinco años en nuestro viaje de fin de carrera, celebramos nuestro aniversario volviendo al punto de partida, pasando por encima de los obstáculos del camino y del tiempo.
Ejercemos de turistas, hace calor y nos refugiamos en el “Trastevere” mi barrio preferido de Roma. En un pequeño restaurante almorzamos y volvemos al hotel caminando a lo largo del rio Tíber.
Mañana iremos a Pompeya recorriendo la costa. Claudio se adormece hojeando la guía. Estoy inquieta, esa ciudad, me produce una extraña sensación. Estoy muy cansada. Me meto en la ducha, oigo mi nombre, Elia ¡! Elia!! Y no hago mucho caso, agradezco el agua caliente, su ruido monótono al caer y el vaho que empaña el espejo frente a mí.
Livia contempla su imagen mientras se peina sus complicados rizos, se aplica sus afeites y termina cubriéndose con su túnica rosa, la rodea también el vaho, veo su nombre grabado en el pequeño colgante de su cuello. El tiempo se ha retardado, ella no vive en el mismo día que el mío, su reflejo es muy antiguo, pero el miedo de sus ojos no tiene época.
Se calza las sandalias y abandona su casa. Anda por las calles mientras el sol va desapareciendo, se tambalea, parece que la calzada tiembla y aprieta el paso. Ha decidido ir al Thermopolium de Asilina en busca de su marido.
Allí pasa mucho tiempo, demasiado. Dicen que el vino que Asilina ofrece es el mejor de la ciudad pero ella sabe que ese no es el motivo de las visitas de su marido, es por ver a la esclava que allí sirve. Hace tiempo que escucha esos rumores.
El cielo se oscurece y la calzada vibra cada vez más, un ruido sordo se va acercando como una tormenta seca de verano y empiezan a caer piedras ardiendo. Livia y su esclava empiezan a correr, las piedras ahora son más grandes, la lluvia es un polvo gris que impide ver y el ruido ya es atronador y la gente asustada corre sin rumbo.
Livia ahora solo piensa en encontrarle, en el suelo yacen muchos cuerpos heridos. Oye su nombre cada vez más cerca, Livia!!! Livia!!! Sigue corriendo hacia el sonido de la voz de su marido entre la niebla de ceniza y las piedras, se acerca, sus dedos casi le tocan cuando una nube espesa y negra descarga sobre ellos el barro que cubre de un golpe sus cuerpos.
He perdido la noción del tiempo, a través del espejo empañado sigo viendo la escena de la pareja cubierta por la ceniza con sus cuerpos atenazados por el pánico casi a punto de tocarse pero finalmente solos cada uno en su cueva de ceniza a perpetuidad en el tiempo.
Mi nombre sigue en el aire Elia ¡! Elia ¡! Cada vez más alto y mi marido irrumpiendo en el baño me envuelve deprisa con el albornoz y me arrastra de la mano para salir de la habitación cuanto antes, la alarma de fuego ha saltado en el hotel y no sé cuánto tiempo ha pasado pero en mi cabeza sigue aún la imagen de dos cuerpos estáticos intentando agarrarse de las manos.