Cenizas... por M. Yolanda Tejero

16.02.2016 22:46

Hola a todos en esta nueva semana ya comenzada. A la espera de noticias o reportajes interesantes y esperando con ansia ciertas entrevistas de algunos paisanos, que o bien están en camino o dándole al coco seguimos con ello, Yolanda, desde su precioso rincón y a pesar de su delicada salud estos días por uno de esos malditos virus que te deja para el arrastre... nos trae un bonito relato para endulzarnos la semana... 

Sin más dilación, os dejo con...

 

"CENIZAS"

 

Roma sigue siendo la ciudad caótica de siempre. El tráfico  ruidoso llena sus calles de  Lambrettas   y  Vespas   que corretean entre coches y camiones. En  las aceras pasean monjas, curas  mezclados entre romanos apresurados y  turistas ávidos de piedras, iglesias, fuentes,  plazas y helados.

Claudio y yo volvemos a recorrer la ciudad como hace veinte y cinco años en nuestro viaje de fin de carrera,  celebramos nuestro aniversario volviendo al punto de partida, pasando por encima  de los obstáculos del camino y del  tiempo.  

Ejercemos de turistas,  hace calor y nos refugiamos en el  “Trastevere” mi barrio preferido de Roma. En un pequeño restaurante almorzamos y volvemos  al hotel caminando a lo largo del rio Tíber.

 

Mañana iremos a Pompeya recorriendo la costa.  Claudio se adormece hojeando la guía.  Estoy inquieta, esa ciudad,  me produce una extraña sensación. Estoy muy  cansada.  Me meto en la ducha,  oigo mi nombre,  Elia  ¡!  Elia!!   Y no hago mucho caso,  agradezco el agua caliente, su ruido monótono al caer y el vaho que empaña el espejo frente a mí.

Livia contempla su imagen mientras se peina sus complicados rizos, se aplica sus afeites y termina cubriéndose con su túnica rosa,  la rodea también el vaho, veo su nombre grabado en el pequeño colgante de su cuello. El tiempo se ha retardado, ella no vive  en el  mismo día que el mío, su reflejo es muy antiguo, pero el miedo de sus ojos no tiene época.

Se calza las  sandalias y  abandona su casa.  Anda por  las calles mientras el sol va desapareciendo,  se tambalea, parece que la calzada tiembla y aprieta el paso. Ha decidido ir al Thermopolium  de Asilina en busca de su marido.

Allí pasa mucho tiempo, demasiado.  Dicen que el vino que Asilina  ofrece es el mejor de la ciudad pero ella sabe que ese no es el motivo de las visitas de su marido,  es por ver a la esclava que allí  sirve. Hace tiempo que escucha esos rumores.

El cielo se oscurece y la calzada vibra cada vez más, un ruido sordo se va acercando como una tormenta seca de verano y empiezan a caer piedras ardiendo. Livia y su esclava empiezan a correr, las piedras ahora son más grandes, la lluvia es un polvo gris  que impide ver y el ruido ya es atronador y la gente asustada corre sin rumbo.

Livia ahora solo  piensa en encontrarle,  en el suelo yacen muchos cuerpos heridos.  Oye  su nombre cada vez más cerca,  Livia!!! Livia!!!  Sigue corriendo hacia el sonido de la voz de su marido   entre la  niebla de ceniza y las piedras,  se acerca, sus dedos  casi le tocan cuando una nube espesa y negra descarga sobre ellos el barro que  cubre de un golpe sus cuerpos.

He perdido la noción del tiempo,  a través del espejo empañado sigo viendo  la escena de la pareja cubierta por la ceniza con sus cuerpos atenazados por el pánico casi a punto de tocarse pero finalmente solos cada uno en su cueva de ceniza a perpetuidad en el tiempo.

 

Mi nombre sigue en el aire Elia ¡!  Elia  ¡! Cada vez más alto y  mi marido irrumpiendo  en el baño  me envuelve deprisa con  el albornoz y me arrastra de la mano para salir de la habitación cuanto antes, la alarma de fuego ha saltado en el hotel y  no sé cuánto tiempo ha pasado pero en mi cabeza  sigue aún la imagen de dos cuerpos estáticos intentando agarrarse de las manos.