Comemos mierda... por Antonio Cabrero Díaz

24.11.2017 01:25

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo.

Aquí estamos otra vez disfrutando de la vida. Una existencia que uno tiene la suerte de vivirla en la parte privilegiada del mundo. Si a esto le unen el hecho de hacer lo que a uno le gusta y de no tener ningún problema de salud, la suerte con la que cuento es extraordinaria.

Esta fortuna personal, que nada tiene que ver con lo material, me obliga a denunciar la injusticias que suceden en el mundo, como el hecho de que tres inmigrantes se ahogaran en nuestras aguas esta semana, o el trato que se les dan a los mismos en la valla de Ceuta y Melilla cuando se hacen “devoluciones en caliente”.

Al mando de los diferentes países ponen a los más mediocres de sus sociedades. No hay nada más que haber visto la entrevista a Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, y darse cuenta de esto. Tampoco hay que irse tan lejos. Aquí tenemos a Rajoy o Puigdemont. Todos tienen una cualidad que les hacen indiscutibles en el cargo, la MENTIRA.

Las “élites” dominan  el mundo a través de estos gobernantes. Títeres sin ningún escrúpulo que destrozan el planeta con tal de de aumentar las inmensas fortunas de quien les ponen. “La tierra no necesita al hombre, pero el hombre si necesita a la tierra”. Mucho hablar de la sequía pero nadie habla de las medidas que se están tomando para paliarla.

Nunca ha habido tanta información  y nunca el ser humano ha estado tan desinformado. Hay una verdad. Es cierto que la verdad existe. Los medios de comunicación no la ofrecen, y no paran de mentir y mentir, y volver a mentir.

 

Sin más, esperando que les guste y les disguste, les dejo con:


 

COMEMOS MIERDA


 

Los ciudadanos del planeta, los que tenemos la suerte de comer, incluso sin tener hambre, no comemos nada más que mierda. Los diferentes alimentos que ingerimos no dejan de ser una amalgama de aditivos, conservantes, edulcorantes, y aromatizadores que ocultan la realidad de lo que realmente nos estamos comiendo.

Hace años que no compro una barra de pan. Me di cuenta de que comer pan cuatro o cinco veces al día es tan ridículo como comer cuatro plátanos al día, o comerse cuatro platos de lentejas. Aparte de esto, lo que me llevo a dejarlo es que lo que se denomina pan no es nada parecido a lo que el pan realmente es.

Hace una semana hice una simple prueba. Fui al supermercado y compré una bolsa de pan de molde, de una marca conocida, sin corteza, integral y hecho con masa madre. En teoría adquirí un pan muy cercano, según la publicidad, al que hacían nuestras abuelas en el pueblo.

Al abrirlo, el simple olor que desprendía me echó para atrás. Acostumbrado al pan de espelta o de trigo de cultivo ecológico durante tanto tiempo me provocó un rechazo inmediato a lo que estaba comiendo. Más que pan lo que mis papilas gustativas detectaron fue el sabor de una piruleta o de una bolsa de gominolas.

La consistencia del mismo era tan patética que al tostarlo se quedaba como una suela fina de zapato. Ese pan ocultaba algo más. En la parte trasera del envoltorio venían los ingredientes utilizados en su elaboración. No faltaban conservantes, y, cómo no, el azúcar. Es este producto el que hace que comamos compulsivamente una rebanada tras otra, y que comamos una rebanada tras otra del producto que sea, carne o pescado, sin parar.

Me he hecho vegetariano (casi vegano ya) por tres motivos: El primero porque estoy en contra del trato que dan a los animales en su cría y producción, el segundo porque el alimento que les dan para su engorde y crecimiento es auténtico veneno que luego ingerimos nosotros, y el tercero, y último, porque la explotación ganadera es la causante del 30% de la contaminación del planeta.

Por la boca muere el pez. Es evidente que lo que comemos es vital para nuestra vida. También esta claro que todos vamos a morir, tarde o temprano, hagamos lo que hagamos. Como también es posible que este tipo de alimentación este ideado para que vivamos muchos años, siendo adictos a esta comida y a los medicamentos que tomamos para combatir las enfermedades crónicas que esta alimentación produce.

Casi todos los actos que marcan mi vida tienen un motivo. Si llevo más de 25 años sin tomar una coca cola es por motivos políticos y por motivos de salud. No me da la gana contribuir con el brazo económico del imperialismo estadounidense, la devastación de la naturaleza, de recursos humanos, y de enfermedades que provoca esta bebida infame.

En estos casos, son más fuertes mis ideas que el placer. En el asunto del negocio alimenticio también. Tengo claro que comemos y bebemos mierda, y que esa mierda esta muy buena, que engancha y te hace feliz, pero también tengo claro que por encima de todo están las personas, todas las personas, incluso aquellas que se avergüenzan de serlo.