Dentro... por Antonio Cabrero Díaz

08.04.2016 22:38

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo.

Aquí estamos otra vez para endulzarles el fin de semana. Les aconsejamos que, si pueden, se vayan a Panamá. Lugar fantástico para disfrutar de unas vacaciones, y, de paso, blanquear un poquito de dinero.

Los medios ahora nos han descubierto este país como un paraíso fiscal. Uno de tantos que hay a lo largo de nuestro planeta. Desde el más cercano, Andorra, hasta el más remoto, Islas Mauricio, todos son conocidos por los diferentes gobiernos, los cuales los permiten y utilizan.

La lista de personas que evitan pagar impuestos en sus países de origen es numerosa. Los nombres importantes, de personas de poder e influencia, jamás saldrán a la luz porque igual más de un miembro de los gobiernos demócratas deberían dar con sus huesos en la cárcel más cercana.

Ustedes no se preocupen. Continúen poniendo a parir a sus vecinos y eleven a los altares a reyes, famosos, empresarios, y demás personajes que carecen de ética y moral. Y, cómo no, no dejen de votar a los que nos lo quitan para dárselo a ellos, a los defraudadores de lo público.

Sin más, esperando que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:

 

 

DENTRO

 

 

Una luz roja indica que suena la música. En la habitación de al lado un libro, con las páginas abiertas, emite sonidos enlazando las letras con las notas musicales. De fondo, toda esta sinfonía es complementada con la percusión de la lluvia al golpear el tejado.

Estoy dentro y no quiero salir. Las últimas noticias no dejan de ser las mismas que las de siempre. Todo cambia para que no cambie nada. Hay varias ofertas para elegir pero no me atrae ninguna.

Las piernas me flojean por culpa del ejercicio físico y las juergas de los días festivos. El tronco se ha quedado pegado a la espalda del sillón. Sus brazos me atan a los bordes de este invento moderno al cual tengo hecho la forma.

La soledad flota en el espacio y consigue que se acaben los ruidos. No molestan los vecinos, no se escuchan los ladridos de los perros, y el camión de la basura hoy ha dejado de pasar. No parece que estoy en una gran ciudad. Es como si la colmena estuviera en un bosque cercano, o más bien en un horizonte lejano.

El espejo de la entrada brilla de una manera especial. Lo hace para que me acerque a él. Estoy delante pero no veo nada. No soy un vampiro. No entiendo lo que realmente significa lo que se ve reflejado. El cristal me da una pista y hace que me olvide de la forma y me centre en el contenido.

La certeza de no saber que somos se ha apoderado de mí. No es de ahora, es de muchos años. Miro adentro y descubro que todavía me queda algún sentimiento sin gastar. Tengo la suerte, o la desgracia de que me afecten cosas que otros no tienen en cuenta, o que nunca se han percatado de su existencia.

Me agacho como queriendo esconderme. Intento huir de lo imposible, de mí. Soy lo que soy y todo tiene un principio y un fin. Esto me asusta y provoca que un escalofrío recorra todo mi cuerpo. Es algo parecido al pánico. La angustia tampoco anda muy lejos. Las llaves de la puerta marcan un baile. Fijo la mirada en ellas. Me invitan a salir. El color marrón atrae mis sentidos. La escapada física es viable, pero no es posible la espiritual.

Me armo de valor. Vuelvo a desandar mis pasos. Me quedo dentro. No pasa nada por quedarse en casa un día sin ver a nadie. Es sano tener miedo. Es necesario abrazar la infelicidad, y sentir que uno esta, aunque tarde o temprano desaparezca. Es necesario darse cuenta de que quizás nunca estuvimos vivos.