El alumno de la semana... por Antonio Cabrero Díaz
Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo. Aquí estamos otra vez.
Me pareció interesante el relato, "dos psicópatas desalmados", de la nueva sección, "el rincón de Yolanda". Le doy la bienvenida, y las gracias, a la nueva escritora, por colaborar en un proyecto tan dispar como es PB Agujúo. Cuantos más colaboremos para desarrollar esta idea mucho mejor.
Hay mucha gente de clase media-baja que continua destilando odio y rencor hacia el nuevo partido que rige los destinos de la capital. Uno de esos rabiosos me dijo el domingo pasado que dónde ha quedado la promesa de dejar Madrid limpio como la patena.
Les recuerdo que la anterior alcaldesa del PP, no elegida por nadie, Ana Botella, en 2013 firmó un contrato por ocho años con las diferentes constructoras para que gestionen la limpieza de nuestras calles. La única opción para solucionar este problema, remunicipalizar el servicio, está por ver si se podrá llevar a cabo.
Si pasados cuatro años Ahora Madrid no cumple su programa electoral, éste que les escribe no tendrá ningún problema en retirarles su apoyo. No soy fanático, y sé distinguir entre la política y el fútbol. Por este motivo animo a los ciudadanos a que hagan lo mismo ante las diferentes convocatorias electorales que se avecinan.
Sin más, esperando que entiendan que no soy perfecto, y que les guste y disguste lo escrito, les dejo:
EL ALUMNO DE LA SEMANA
Nunca quise ser el alumno de la semana. Tampoco el del mes, y, mucho menos, el del año. Tampoco he querido nunca ser el empleado del mes, ni el hombre del año. Esta actitud puede ser por la incapacidad de alcanzar estas marcas, o porque carezco del nivel de envidia necesario para competir por ser el mejor.
Lo de "mejor" siempre lo he asociado a la persona. Es curioso pero rara vez se premia a aquellos que son las mejores personas. El motivo es que ser bueno no entra en ninguna categoría. Es evidente que nada tiene que ver el hecho de ser el mejor con el hecho de ser bueno.
Creo que si hubiera más buenos que mejores el mundo funcionaría de una manera más justa, y sería un estupendo sitio para vivir. Se daría prioridad a los derechos humanos y se dejaría en un segundo plano las metas y los logros.
El título que me han concedido y más me ha llenado de orgullo en mi etapa estudiantil ha sido el de la honradez. Nunca me dieron diplomas académicos porque no he sido ni trabajador ni estudioso. Si recibí alguna mención fue por organizar algún evento deportivo.
¿Qué es la honradez?, pues es ese hormigueo que te recorre el cuerpo que te impide hacer cosas que, según la ética y la moral, no son correctas. Es la firme convicción de no hacer aquello que no te gusta que te hagan, de coger aquello que necesitas de tu entorno, y tomar de los demás lo que te quieren dar.
Es por este motivo que nunca he querido nada que no fuese mío. Por eso jamás he robado en sitios en donde he trabajado. Por eso nunca he sisado en euro a mis amigos cuando alternan conmigo. Por eso devuelvo las vueltas cuando me dan de más en los comercios donde compro. Por eso no trabajo en negro cuando estoy en paro, si el dinero de esta prestación me da para vivir. Por eso no me voy de los sitios haciendo algo tan vergonzoso llamado "sin pa", que es irse sin abonar la cuenta de lo que has consumido. Por eso vivo mi vida sin meterme en la de nadie, intentando ayudar, y no hacer daño, a los que me rodean.
Me llama la atención que al ciudadano medio se le llene la boca de improperios para definir a la clase política. Muchos son los que aseguran que son todos iguales, que son todos unos ladrones. Y muchos son los que insultan sin mirar su manera de conducirse en sus relaciones laborales y sociales.
Estos ciudadanos, que sisan en la compra y roben en el trabajo, se cuelan en las colas, y le quitan al estado todo lo que pueden no declarando sus impuestos, son el reflejo de los políticos que tenemos. Ellos son el primer escalón de la corrupción. Ellos son el embrión del robo sistemático que ejercen las élites sobre el pueblo.
Cuando el vecino que vive al lado sea honrado, deje de robar lo poco que puede, y respete las normas de convivencia, habrá una esperanza de poder cambiar el sistema. Será entonces cuando estemos legitimados para exigir a los que nos gobiernan que el dinero de todos lo repartan equitativamente, dando más a quien más lo necesita.
Cuando llegue ese momento no tendrá sentido buscar al alumno de la semana o al empleado del mes, porque habrá desaparecido la lucha por competir, y se habrá abierto un espacio para que convivan la honradez y la más absoluta legalidad.