El caminante... por Antonio Cabrero Díaz

22.07.2016 08:47

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo.

Aquí estamos otra vez para recordar a todos los que votaron al PP, PSOE, Ciudadanos, CDC, PNV y ERC, y a los que no votaron, que serán los responsables del que el Partido Popular gobierne otros cuatro años más. Peor imposible, como diría aquel.

Es curioso el comportamiento de los políticos y ciudadanos. Los primeros mienten y roban, y los segundos asienten y colaboran. Confío en que los habitantes de Cataluña, y del resto de España, se den cuenta de una vez que el nacionalismo solo sirve para ocultar el continuo expolio que se lleva a cabo, desde las diferentes instituciones, del dinero de los que menos tenemos.

Mientras aquí sigue todo igual, en el resto de Europa están conmocionados por los recientes atentados acaecidos en Francia. Deseo que los ciudadanos de estos países, y del resto de países de la Comunidad, pregunten a sus gobiernos de dónde sacan el dinero quién financia a estos grupos armados, recién creados, que luego matan a quienes menos seguridad tenemos.

Vivimos en un mundo de gilipollas, en donde lo realmente importante no es repartir la riqueza. Lo primordial es bajarte la aplicación de un juego en el móvil y jugarte la vida matando muñecos. Mejor imposible para los que dominan el mundo, como diría aquel otro.

Sin más, esperando que Roberto, como buen Cabrero, siga leyéndonos, y que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:

 

EL CAMINANTE

 

El caminante ya no hace camino al andar. Es más, todos los caminos están previamente marcados. Él solo tiene que seguirlos, aunque a veces se salga de ellos. Lo que ya no hace es coger las latas y demás desperdicios que otros tiran al suelo.

Ha elegido un día de extremo calor para dar su paseo por el bosque. La hora es temprana. El objetivo es no encontrarse en su trayecto a nadie de su especie. Admite ardillas, monos, y demás fauna que se esconde y vive tras los árboles.

Las chicharras hacen que baje el volumen de la música. La llevaba puesta para eludir el ruido de los coches y la polución. No tiene problemas en escuchar esta sinfonía natural. No le molesta. Le traslada a otros bosques que están en montañas muy alejadas de donde se encuentra, pero muy cercanas a su imaginación.

Durante su marcha nota la soledad por todas las extremidades de su cuerpo. Se le va metiendo por los poros de la piel, dentro de los huesos, y llega a lo más profundo de su corazón. No tiene miedo. Todo lo contrario. Se siente como liberado.

De repente se encuentra en un mundo sin nadie. Solo esta él en el planeta. No tiene con quien hablar. No hay seres de su misma especie. Los animales sí que permanecen como antes de su viaje. Son los mismos que le hacen sentir bien, al igual que los colores, que también se encuentran.

Cada paso equivale a la rotura de un eslabón de una cadena que ya va pesando menos. Se está liberando de las relaciones sociales y los convencionalismos absurdos. Esta dejando atrás las ideas comunes y las palabras vacías de contenido. Está perdiendo la vergüenza a ser como realmente es, y a decir todo aquello que siempre ha querido decir.

El caminante no puede ser más feliz hasta que llega al muro. La pared marca la línea entre el bien y el mal. También señala el límite entre la realidad y la ficción. Una vez que lo pase sabe que todo habrá terminado, por los menos hasta el día siguiente.

El camino ahora es una acera, que separa sus pies de una carretera, que lleva a personas, encerradas dentro de una máquina, a unas viviendas colmena, en donde no hay miel, y sí ruidos y lamentos.

Una vez dentro duda en sí lo mejor es volver y abandonarlo todo. Es eso o desaparecer, y dejar a las bestias que vivan en un mundo feliz, sin caminantes ni exploradores, en donde las abejas polinicen las flores para que los caminos, a través de sus olores y colores, lleven, por fin, a alguna parte.