El hombre del libro... por Antonio Cabrero Díaz

17.03.2017 09:33

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo.

Aquí estamos otra vez sin miedo a perder que es lo que nos toca a los que hacemos cola para ir al trabajo, bien a través del transporte público, o bien en transporte privado. La cola del paro no tiene final, y la del sometimiento y la pérdida de derechos tampoco.

Los tribunales de justicia han dado la razón a una empresa que cuando hay huelga sustituye a sus trabajadores con los de una subcontrata. El ministro Catalá, el del accidente mortal del alvia, ha dicho que le parece interesante este fallo judicial. Le mola que el derecho a huelga desaparezca.

Ya saben si hay una futura huelga para exigir mejoras para la clase trabajadora no la hagan, pues perderán dinero y tiempo. Nuestro puesto de trabajo ese día será cubierto por esquiroles autorizados.

Los tipos del dinero son la bomba. No les basta con controlar los gobiernos, los partidos, los sindicatos, los jueces, los medios, y nuestras mentes, necesitan tener nuestras almas en sus manos no vaya a ser que se escape una volando y pierdan un euro en rescatarla para luego eliminarla.

Sin más, esperando que les guste y disguste lo escrito, les dejo con:

 

 

EL HOMBRE DEL LIBRO

 

 

Soy un chaval como todos los que no somos ni niños ni adultos. La mayor parte del tiempo me lo paso perdiéndolo. No es que me emocione pero lo que menos me disgusta es jugar al fútbol. Por encima de esto esta la play y todo lo que tenga que ver con una pantalla táctil.

Bajo casi todos los días al parque que hay al lado de mi casa con mis amigos a dar unas patadas al balón. No tenemos un espacio claro para hacerlo. En un sitio hay arena, en otro césped, y unos metros más abajo están las canchas con sus líneas y campos reglamentarios.

Mis amigos y yo llevamos camisetas de los equipos de fútbol más importantes. Curioso detalle el de las equipaciones. En teoría son para jugar pero la mayoría de las personas las llevan para distinguirse del resto, para ser más o mejor que los demás, o eso me parece a mí, porque lo que es jugar, juegan poco.

De esto me di cuenta más tarde, el día que conocí al hombre que siempre estaba sentado en el banco de enfrente leyendo un libro. Tipo éste que nos llamó la atención por ser diferente. ¿Y qué le hacía ser distinto?, pues por ejemplo tener un libro en la mano y no una cerveza o un móvil.

Un día jugando uno dio un patadón, y el balón cayó a los pies del hombre desconocido. Aunque los chicos de ahora no tienen miedo, o eso dicen, nosotros a este señor le teníamos cierto respeto. Mirada perdida, rostro serio, unas facciones de tipo peligroso, y una cara ensombrecida por las malas pulgas, no invitaban a las frases largas.

Me acerqué a por el esférico con más miedo que vergüenza. Para mi sorpresa me lo dio con una media sonrisa. Antes de irme, después de darle las gracias, escuché, “¿no os habéis planteado pintar un campo en la arena?, me giré, tranquilo y sorprendido, y le contesté, “¿perdone?”

Después de ese día el ordenador comenzó a perder protagonismo y las ideas invadieron nuestras mentes. Tuvimos una charla con el hombre que no quiso decirnos su nombre. Comprendimos que algo estábamos haciendo mal. Nos dio por hacerle caso y fabricamos nuestro propio campo de fútbol.

Al principio éramos unos pocos, pero luego se animaron más. Unos lo hicimos en la arena y otros en el césped. Desaparecieron los instrumentos tecnológicos y florecieron los objetos y las cosas que desarrollas los sentidos. Por ocurrir cosas fantásticas había gente leyendo libros y participando en tertulias muy amenas.

Todo lo que nos aventuró el hombre discreto pasó. También el hecho de que al poco tiempo todos los campos que habíamos construido fueron vigilados e intervenidos por la policía. Nos pusieron normas y nos aplicaron reglamentos tan severos que decidimos volver a nuestra rutina de videojuegos y sillón porque nos daba menos problemas.

Nuestro hombre desapareció. No le volvimos a ver. Dicen que se lo llevaron porque estaba mal de la cabeza. Un enfermo psiquiátrico decían que era. Yo no me lo creo. Para mí que le hicieron desaparecen por hablar y ser distinto. Yo a escondidas, cuando nadie me ve, leo un libro.