El hombre que quería morir... por Antonio Cabrero Díaz
Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo, aquí estamos otra vez.
Lo primero es mandar un abrazo muy fuerte a CARLITOS “batalla” que ha tenido un susto por tierras gallegas, y al cual le deseo una pronta recuperación para poder charlar con él cara a cara de temas, como por ejemplo, del lobo con piel de cordero que es Cristina Cifuentes.
Este suceso confirma lo que desde aquí les comento habitualmente, que nadie, por mucho que se cuide, está exento de que le ataque la enfermedad. Por este motivo hay que aprovechar el momento y vivir a tope. Cosa esta que ha venido haciendo, con malas y delictivas artes, el número dos de la Comunidad de Madrid, Salvador Victoria.
Un juez ha imputado a este impresentable cuatro delitos, y le ha retirado el pasaporte por su implicación en la trama púnica. Aquí, este que les escribe, ya les adelantó hace años, con motivo de la contundente huelga de metro, que este, que criticaba tanto a los trabajadores, era y es mala gente que camina.
El PP, partido fascista (pues no condena una dictadura como el franquismo), sigue recibiendo el apoyo de un alto número de ciudadanos (y no me refiero a su marca blanca) pese a que día a día cae un chorizo de su partido. Ahora quieren cambiar la ley electoral para que la lista más votada tenga una prima con más votos. Claro ejemplo de que se están oliendo que el chollo se les está acabando.
Sin más, esperando que les guste, y que, sobretodo, les disguste lo escrito, les dejo con:
EL HOMBRE QUE QUERÍA MORIR
El hombre que quería morir no quería haber nacido. Si le hubieran dado a elegir hubiera preferido no venir a este mundo. Su lógica era aplastante. Para dos días que vivimos, por un rato de felicidad que tenemos el resto del tiempo no son más que dolores y sufrimientos.
Cuando decía estas cosas hablaba de los hombres de bien. De gente honrada y con sentimientos. En sus cálculos no entraban desahogados y seres sin escrúpulos. No tenían cabida en sus análisis aquellos que no les importa nada más que sus propios asuntos sin tener en cuenta a los demás.
Por las mañanas siempre se levantaba de mal humor. La esperanza que tenía cada noche se diluía como un azucarillo en un café caliente cuando se despertaba, y notaba como el corazón seguía latiendo, y la respiración le proporcionaba un oxígeno no deseado.
La radio y la televisión eran aparatos que había llevado a los puntos limpios. No tenía ninguna intención de saber nada del mundo en el cual tristemente vivía. Los libros de historia ya eran lo suficientemente deprimentes como para flagelarse con las noticias de actualidad.
Todos en el parque respetábamos su banco. Él se pasaba toda la mañana sentando tallando figuras de madera entre canuto y canuto. La hierba es algo sano que da la vida, y que en su caso también se la podía quitar. Una bendición absorber ese humo y expulsar ese aroma narcotizador.
Por las tardes, cuando era recibida la noche, se levantaba y se ponía a caminar. No podía huir de sí mismo, así que daba vueltas a toda la zona ajardinada, que era muy extensa, como un hámster en la rueda de su jaula.
De vez en cuando teníamos suerte. Se paraba y charlaba con nosotros. La sabiduría de sus palabras se palpaba al instante, y la cruda realidad también. Daba gusto escucharle porque no se andaba por las ramas. Iba de un tema a otro con increíble precisión y nos provocaba un estado permanente de atención.
Cuánto aprendíamos con él. Los conocimientos que nos transmitía eran de verdad. Desde el descubrimiento de la primera galaxia hasta la democracia de España. Por otro lado nos ponía los pelos de punta cuando nos adentraba en el mundo de la filosofía y el origen de la vida.
Muchas noches no podíamos dormir al venir a nuestras mentes frases como, “la vida no tiene ningún sentido”, o, “somos materia...” Nos relajábamos un poco entre sudores fríos y palpitaciones cuando pensábamos que era cierto que el ser humano solo se merecía desaparecer. Era un alivio pensar que ya que uno tiene que morir irremediablemente por lo menos hace un poco de justicia con nuestro denostado planeta.
El hombre que quería morir por fin consiguió su objetivo. Una mañana de un sol radiante no se levantó, permaneció inerte en la cama. Una sonrisa invadía su rostro. Sus brazos estaban extendidos mostrando el posible camino de la felicidad. Su cuerpo, incomprensiblemente, rezumaba vida y emanaba inmortalidad.
En el barrio estábamos contentos por una parte. Cumplió su deseo, descansar de tanto disparate y sinsentido. Pero, por otro lado, no podíamos evitar echarle de menos. Era un poco gruñón, y siempre se estaba quejando, pero no sé por qué siempre queríamos estar con él.
Sin duda era distinto. Tan diferente que decía sin ningún adorno que la vida era lo peor que le podía pasar a un ser humano bueno. Era un suspiro de aire fresco entre tanta cháchara contaminada. Él representaba algo que en nuestro tiempo se ha perdido, y que si lo tuviéramos podría cambiar nuestro corrupto mundo, LA SENSIBILIDAD, pura y auténtica SENSIBILIDAD.