El morral... por Antonio Cabrero Díaz

11.12.2015 00:00

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo. Aquí estamos otra vez.

Me dijo un amigo el puente pasado que el hecho de comenzar esta sección con la coletilla, “NO VOTEN al PP, ni al PSOE, ni a Ciudadanos, si acaso a Podemos, que son los que dicen que van a luchar por la justicia social”, supone que haya mucha gente que no continúe leyendo el artículo que viene a continuación.

Es evidente que no escribo para que me halaguen, y, mucho menos, para que me den un premio. Lo hago para quitar un grano de arena a la montaña de la desigualdad. El que no sepa diferenciar la opinión personal de lo que pueda interesar tiene un problema, el de la intolerancia apuntalada por la ignorancia.

Juanjo “Piñonero” siempre me dice que lo bueno que tiene Libertalia es que siempre hay un algo, una palabra, una frase bonita, distinta, muy buena, que aporta. Es con esto con lo que me quedo.

Sigo esperando a que el ayuntamiento de Pedro Bernardo de explicaciones en lo relativo a la denuncia de un posible “dedazo” por parte de un aspirante no seleccionado para la plaza pública de oficial de primera de la construcción que salió a concurso.

El que calla otorga. El silencio por respuesta da la razón a los que creen que se ha producido un enchufe en toda regla. Buen comienzo para los que decían en campaña que iban a terminar con la falta de honradez que, según ellos, ha estado ausente todos estos años en este municipio.

Sin más, y esperando que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:

 

EL MORRAL

 

Los escritos generales gustan mucho a las personas que tengan un poco de sensibilidad. Por este motivo les desagradan aquellos en los que se personaliza y se da un nombre concreto a un problema. Los primeros están bien para poder volar, y los segundos son necesarios para tener los pies en el suelo.

Nunca podía imaginar que apareciera algo que hiciera más daño que la heroína. Si me dicen hace treinta años que los teléfonos iban a causar más estragos en la clase obrera que la droga me hubiera echado a reír.

Gentes de tamaño medio, con escasos recursos económicos e intelectuales, no pueden vivir sin estar uniformados que no informados. Se declaran azules e insultan a los que luchan por el bien común con un color tan bonito como el rojo.

No debería haber ningún color vilipendiado. Siempre hay uno u otro que nos hace sentir bien. Pero lamentablemente las pantallas táctiles han dejado de mostrarlos, y han provocado que la mayoría que vive explotada no los defienda, o que se declaren acérrimos de uno solo.

Personas que a primera vista parecen normales, que incluso te quieren convencer del hecho de su similitud contigo, con unas copas o unos guasaps de más muestran la verdadera cara de sus ideas, las cuales habitualmente son de lo más reaccionarias.

Hay momentos que estando rodeado gente te sientes preso dentro de una isla desierta. Los rostros de felicidad, obligados por los convencionalismos sociales, te provocan verdadero pánico. No hay valentía y sí mucha envidia. No se encuentra nada auténtico porque lo poco que había lo han plastificado y digitalizado.

Te han convencido de que esto no tiene solución, pero te resistes a creerlo. Por esta razón continúas hablando contra muros de reciente y vetusta construcción. Es por este motivo que haces las cuatro cosas que te bajan la inflamación del pesimismo. No quieres seguir con la tarea de hacer que los que te rodean piensen libremente, pero por una extraña razón llamada utopía no lo dejas.

Caras con ojos, cuerpos con brazos y piernas, seres con cerebro y corazón, por no molestar cogen una vara y golpean su personalidad haciendo que caiga al suelo el fruto de su independencia, manteniendo las estructuras más primitivas del patriarcado y el machismo.

Hay que situarse en alguna zona. No te puedes quedar en medio, ni ir a la izquierda, y, mucho menos, a la derecha. Tienes que pertenecer a un grupo, no puedes ser solo de tu madre. No puedes pertenecer a un mundo donde quepan todos los mundos.

Esta claro que no le ves ningún sentido a lo que hacemos. El desengaño te penetra pero siempre hay algo, un pequeño detalle, que deja una rendija a la esperanza.

La madre de un amigo te dice que cojas tu “morral”, y en segundos tu mochila te ha devuelto a la vida. Te has despertado lanzándote a la realidad más humilde, que hace que te olvides del plasma y el coltán. Entonces andas rápido, tan deprisa, que llegas a correr, sintiéndote mortal, y aprovechando a bocanadas la vida que se te acaba.