El Salvaje... por Antonio Cabrero Díaz

13.03.2015 00:00

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo, aquí estamos otra vez.

A partir del 20 de marzo “Tres días en Pedro Bernardo” podrán verse en diferentes cines de la geografía española, una buena noticia y un ejemplo de que si se trabaja y se cree firmemente en algo se puede llevar a cabo. Daniel de Andrés, para mí, sigue triunfando pues cada pequeño logro es una victoria.  Pase lo que pase mi admiración y mi aplauso lo tiene sinceramente conseguido.

Por otra parte una pésima noticia se ha producido para los que somos y para los que viven en Madrid. Las ínclitas Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes amenazan con presentarse a la alcaldía y comunidad respectivamente de nuestra ciudad y provincia. Esperanza no ha trabajado en su vida al igual que Cristina. Lo único que han hecho es afiliarse a un partido e ir medrando poco a poco hasta alcanzar el poder. A ambas los ciudadanos les importan un bledo. Su principal objetivo es continuar viviendo a cuerpo de rey gracias a los tontos que saquean y les dan su voto.

Una compañerita me dijo el otro día que tenía que aceptar las normas, y que si no podía vivir en sociedad pues que me fuera a vivir a La Pedriza. Este lugar esta muy cerca para aislarse de la estupidez que nos rodea, pero no quita que me haya inspirado en él y en las palabras de la joven para escribir lo que a continuación van a leer.

Sin más, esperando que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:

 

EL SALVAJE

 

En el monte no hay mejor despertador que la luz del sol. Te levantas con calma, miras a tu alrededor y buscas algo natural con lo que alimentarte. Las prisas no existen porque no hay reloj que las imponga. El clima te marca los movimientos y te hace de armario para que elijas la ropa que te vas a poner. No hay obligaciones y sí la necesidad de vivir la vida.

Nuestro amigo tenía una casita que le aportaba lo imprescindible, no mojarse con la lluvia  y no tener frío en invierno, y no quemarse con los rayos de sol del verano. Una mesa y un par de sillas para comer en breve espacio de tiempo y para disfrutar de la lectura largas e interminables horas. Un camping gas, un saco, una esterilla y unos utensilios de labranza llenaban su única estancia. La austeridad ganaba por clara goleada al despilfarro confirmando la creencia de que cuanto menos se tiene más libre es uno.

Aprovechaba su entorno de manera ecológica, es decir tomando de la naturaleza solo aquello que necesitaba. No cortaba árboles para hacer bloques de cemento, no mataba animales para hacer negocio o por diversión, y cultivaba aquello que luego se iba a comer. Él cuidaba a la tierra y la tierra le cuidaba a él.

Desde los riscos podía ver grandes ciudades envueltas en un manto de color negro. Distinguía a los reyes del asfalto con personas encerradas en su interior. No entendía el sentido de vivir en viviendas calcadas a una colmena, en pequeños panales separados por tabiques que costaban un ojo de la cara, haciendo cosas que no les gustaba hacer, y viviendo para trabajar sin tener tiempo para disfrutar de ellos y sus familias.

Para ellos, para la gente civilizada y moderna, él era el salvaje. No aceptaba las normas. Era un antisocial que no evolucionaba. Era primitivo y vivía en la ignorancia y la incomodidad. Les daba pena su falta de adelantos.

Definitivamente era un bicho raro que alguna frustración debía de devorarle por dentro para haberle llevado a ese punto.

Él, simplemente, bebía cuando tenía sed, comía cuando tenía hambre, y hablaba cuando tenía algo que decir. No tenía un camino marcado y andaba por los lugares que le indicaba su instinto. Estaba más acompañado que aquellos que le criticaban y estaban rodeados de gente. Los árboles le abrazaban con sus ramas y los animales compartían su vida respetando su espacio.

Pensaba nuestro protagonista que era invisible, que nadie repararía en un sujeto que vivía de esa manera. Puede que para sus congéneres no. No parecía que los domingueros que, el fin de semana, iban a destrozar el monte se fijaran mucho en sus usos y costumbres. Estaba equivocado y pronto lo iba a comprobar.

Por encima de los ciudadanos atolondrados que conocía están aquellos que los manejan y los mandan. Seres humanos que poseen toda la riqueza mundial siendo muy pocos y que lo quieren tener todo controlado. Por este motivo hacía años que las universidades, por ejemplo, eran criaderos de mutantes, y por todo ello no les gustaba la vida de alguien que a todas luces estaba sin civilizar.

Un día subieron a la montaña unos que decía ser representantes del pueblo acompañados por un par de hombres armados. Le comunicaron que su estilo de vida era ilegal, y que tenía que abandonar su vivienda de manera inmediata. Le obligaron a bajar a la ciudad, le buscaron un trabajo remunerado, y le dieron alojamiento. Todo era por su bien, demostrando que el sistema funciona y proporciona lo básico a aquel que forma parte de él.

Rodeado de coches, sin poder respirar por la contaminación, camino de una ocupación llamada trabajo que no le gustaba, y sumergido en una multitud de piernas y brazos sin cerebro, podía atisbar su pico. Podía ver el sitio en donde había pasado los mejores años de su existencia y que ahora estaba cubierto por chales adosados. Sabía que nunca volvería. Habían hecho desaparecer los árboles y animales por si algún día decidía retornar a su antigua casa. Tenía la certeza que moriría encerrado en esa inmensa cárcel llamada ciudad.

 

Los que dirigen el mundo lo tienen muy claro. Hay que cortar cualquier brote que pueda hacer crecer el árbol de la libertad. Si dejan que uno solo de nosotros vaya por su camino puede traerles grandes problemas. Esto puede llevar a que otros se animen, decidan hacer lo mismo, dejen de lado todo aquello que les han impuesto, vivan su vida de manera independiente, y arruinen su negocio.  Por esta causa ellos, las personas civilizadas, quieren que los salvajes estemos controlados y convenientemente vacunados.

 

 

 



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