Hombres de verde tras los pinos... por Antonio Cabrero Díaz

14.02.2014 00:00

Hola amiguitos y amiguitas de PB agujuo aquí estamos otra vez. Antes de comenzar quisiera recordarles que los trabajadores de COCA COLA ESPAÑA, continúan en huelga indefinida para parar el ERE que les quieren aplicar para dejarles sin nada y en la calle, por este motivo desde este blog le pedimos que NO BEBAN UNA SOLA COCA COLA hasta que la empresa asegure que ningún trabajador perderá su puesto de trabajo.

En el ámbito local debo destacar la gran labor realizada durante estos años por la agrupación de Protección Civil del pueblo de Pedro Bernardo (Ávila), la cual da la sensación, por lo que cuenta Alberto Bardera, que ha llegado a su fin.

Dentro de estos altruistas voluntarios quiero expresar mi más sincera admiración a Antonio Espinosa, más conocido por todos como "patata" por su labor desempeñada al mando de la mencionada agrupación  y al que parece le han acabado de saturar los responsables políticos y sus decisiones, y ha decidido descansar, cosa que nos parece correcta si es lo que más le conviene, pues no está obligado a realizar un trabajo que es voluntario.

En este tema como en el de Siempreviva no voy a posicionarme a favor o en contra de nadie porque una vez más desconozco los hechos, y me parece muy osado por mi parte defender a unos u otros sin saber realmente lo ocurrido, pero eso no es  óbice para que  piense que la perdida de Protección Civil de Pedro Bernardo es una baldosa rota más en el destrozado suelo que hace tropezar muy a menudo a los habitantes de este pueblo.

 

HOMBRES DE VERDE TRAS LOS PINOS

 

El sol brillaba en lo más alto de mi corazón haciendo que sus rayos emanasen por mis extremidades. Mi alegría gozaba de un sofocante calor, y mi mente flotaba como un iceberg desprendido de un glaciar. La mañana me invitaba a disfrutar del invierno y su lluvia, de los colores del frío, y de la ausencia de personas  y la compañía de animales.

Cruce los primeros arboles pisando levemente el suelo, a la vez que mi mirada era ocupada por mis pensamientos, que en un principio eran alegres, pero que a medida que iba avanzando iban nublándose hasta lanzar gotas sucias que poco a poco trajeron a mi memoria una gran tormenta.

Las ardillas me veían pasar pero no me decían nada, ya sabían de mis costumbres. La mirada fija y ningún giro de cabeza significaba que no estaba disfrutando del paisaje. No era la primera vez que no las hacía caso, incluso a la que poseía el portentoso don de tener una cola tan blanca como los más elevados copos de nieve. 

Ante mi cerebro los pinos se convertían en guardias civiles, grandes, corpulentos, armados hasta los dientes, vestidos de color verde oliva, y unidos unos con otros haciendo como una especie de barrera a modo de fila, como una frontera imaginaria entre el nuevo mundo y el mundo que debido a su pobreza nadie quiere.

En el suelo la alfombra de crujientes agujuos estaba inundada por el agua que no provenía de un riachuelo, y que se convertía en un inmenso mar en donde al fondo se podía observar el horizonte del hambre y la desesperación.

Las piñas eran de color negro y no daban piñones. Realmente no eran piñas, eran seres humanos que habían alcanzado la orilla de la libertad o eso se pensaban ellos. Hombres y mujeres que habían dado el salto del inframundo  en busca de un futuro mejor para ellos y sus familias. Seres humanos que habían llegado al borde, habían finalizado su gran éxodo en busca del progreso, y que pensaban que estaban a salvo, que estaban al otro lado.

El mal no tiene forma, por eso puede estar representado por cualquier figura geométrica. La línea recta, que no cerraba el triángulo que formaba la policía, hacía las veces de redes, y los náufragos en el borde del mar la de los peces.

Unidos de las manos, pero no para ayudarles, los hombres de verde fueron cerrando a los seres de negro y los fueron empujando hacia el lado que tanto esfuerzo, dinero y vida les había costado dejar, sin ningún tipo de humanidad, y demostrando que más que personas parecían robots, cuyo corazón les latía dentro de la escopeta lanza pelotas de goma que llevaban encima del hombro.

El bosque sentía el dolor como yo. Los árboles de buenos sentimientos notaron como mis lágrimas de rabia caían por mi cara como el agua de una fuente en pleno estío. Sus hojas iniciaron lentamente un descenso lento, como si resbalasen por mis mejillas y no estuvieran suspendidas en el aire.

Los pájaros cambiaron su vuelo, y en vez de hacer alegres picados y cabriolas a modo de círculos, dejaban estelas de dolor como nudos de cuerdas, muy parecidos al nudo que atenazaba mi garganta y que me dejaba el espacio mínimo para poder respirar.

Ellos y yo estábamos lejos, pero nuestros corazones estaban muy cerca de la tierra. Las plantas, los animales, los árboles  y yo sabíamos que una nueva injusticia se acaba de cometer, un nuevo suceso que demostraba que hay

vidas que valen menos que la bala que los mata o que la ley que los mete en prisión.

Salí de mi mundo vegetal, del mejor que tenemos, del que nos da la vida, y en el cual hay dos mundos separados por trazos imaginarios que diferencian a los que no tiene nada y a los que tienen todo.

Antes de entrar en la ciudad de hormigón observe al cielo azul que cubría el bosque y pude ver una amplia sonrisa dibujada en su contorno. Miré fijamente la gran obra voladora de los pájaros pensando que se despedían de mí hasta el día siguiente, pero algo había distinto a otra veces. no parecía los mismos amigos, su color no era verde ni amarillo, ni blanco, parecía negro, igual de oscuro que el que antes reflejaban las piñas de los acogedores pinos.

Estaba a punto de cruzar la frontera del bien y adentrarme en el aire urbano del mal cuando acerté a descifrar el dibujo celeste, ¡eran ellos!, estaban vivos, cogiendo térmicas como si de águilas imperiales se tratasen, y gritándome a pleno pulmón.

Agudice mis oídos y pude escuchar lo que decían. La emoción se contuvo por un instante y dejo que funcionara mi entendimiento. Por este motivo les transmito lo que me dijeron, que ellos, los habitantes del tercer mundo, los inmigrantes, son personas iguales a nosotros con los mismos derechos, y que por muchas fronteras que les pongan a modo de guardias, muros, o vallas con cuchillas, seguirán intentando pasarlas, y nada ni nadie podrá pararlos porque son muchos, y porque no tienen nada que perder, ni siquiera su propia vida.