Inexplicable... por Antonio Cabrero Díaz

04.11.2016 00:00
Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo
(EL QUE QUIERA SABER QUE VAYA A LA ESCUELA)
Sin más, esperando que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:
 

INEXPLICABLE
 
 
 
La semana pasada, camino del metro, me encontré con los conocidos del barrio. Estos, como estaban muy aburridos, se percataron de los colores de mi atuendo. El rojo y el negro destacan sobre todos los demás, tanto que rápidamente los relacionaron con la política.
Uno de ellos, de izquierdas se supone, me dijo, de manera socarrona, que si no iba a rodear el congreso ante la jornada de investidura. Añadió que todos los que somos “revolucionarios”, y no utilizamos nuestro derecho a voto, somos, en cierta manera, responsables de que la derecha vuelva a gobernar en España, como si alguna vez no lo hubiera hecho.
Hice oídos sordos, y le contesté que de mujeres, fútbol y política no hablo. Hace tiempo que no me enfrasco en discusiones que no me conducen a nada. La mayoría de las veces estos debates solo sirven para afirmar el ego de aquellos que no tienen otra cosa que hacer con su vida.
Antes de irme tuve que oír por parte de otro conocido, de derechas se supone, que soy rojo, pero muy rojo. Esta aseveración me sigue llamando la atención porque no acabo de entender lo que significa. No se si es malo o bueno, lo único que sé es que en la época del dictador esto era muy malo, tanto que incluso te podía costar cárcel, tortura o asesinato.
Me alejé de mi barrio obrero, de clase trabajadora, y me encaminé a mi centro de trabajo. Una vez allí me topé con compañeros, por decir algo, que todavía no saben lo que es un CIE. Mi sorpresa va en aumento, día a día, al comprobar que tener una buena educación académica solo sirve para que haya más desigualdad social.
Afortunadamente hemos tenido un puente largo para celebrar el día de los muertos. Una suerte para el ser humano el poder descansar eternamente de tanto tonto y tanta injusticia. Este festivo no debería ser motivo de tristeza y sí de regocijo. Hay que alegrarse por le hecho de que los seres queridos estén bien, y por los que ya no están, porque no tengo dudas de que todos están divinamente.
El fin de semana en el pueblo me aportó desconexión con unas buenas rondas con la panda y un excelente concierto de Susan Santos, gran música de blues. Una gozada disfrutarla, a ella y su banda, con nuestro Manolo Bagüés, en el garito donde te han tomado copas toda la vida.
Aquí tampoco faltó el dardo envenenado, por parte de algún busca polémicas, de si no iba a ver el debate de investidura. La actitud fue la misma que en provocaciones anteriores. Pedir otra caña, sonreír, y soltar al aire palabras que nada van a solucionar y que son del todo irrelevantes.
Regresé el domingo a Madrid para descansar. Mis planes de aislamiento se vieron truncados y me pasé otros dos días de fiesta. El gimnasio fue la excusa perfecta para que las jornadas no se me hicieran tan largas, y mis articulaciones y huesos me lo agradecieron.
Fue en el gimnasio en donde fugazmente pasó por mi cabeza una entrevista televisada a un secretario general recién destituido. No pude evitar maldecir en hebreo, y casi se me escapó en alto el pensamiento de que no se puede tener más cara y ser más mentiroso.
El puente se acabó y tengo que volver al trabajo. Antes de esto me siento y escribo. No tengo más remedio que escupir al que quiera leerlo que es inexplicable que Mariano Rajoy se haya presentado a unas elecciones, que las haya ganado, y que vaya a ser presidente del país durante unos años más.
En cualquier nación europea un sujeto, que da ánimos a un ladrón y que no cesa a un ministro por poner micrófonos ilegales en la sede de un partido político, jamás podría optar a presidir ese estado, si goza de unas mínimas garantías democráticas.
En la piscina, antes de entrar en el redil, a cada largo que doy me viene un chorro de desesperanza a la cabeza. La desilusión y el desencanto bañan mi piel y provocan que el frío penetre por todos los poros de mi cuerpo. Los polos se derriten, el agua de la pileta sube y me hundo, junto a mis congéneres, en el fondo de la corrupción y los recortes que durante otros tres años más hemos querido que nos ahoguen.