La ausencia... por Antonio Cabrero Díaz

10.10.2014 00:00

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo, aquí estamos otra vez.

Personas que siguen esta sección me cuentan que les gusta lo que escribo pero no tanto cuando hablo de política. Añaden que la política no les interesa y que cada día que pasa sienten más aversión hacia ella.

Toda nuestra existencia, desde que nacemos hasta que morimos, esta marcada por decisiones políticas. Es decir, que nuestro destino esta marcado incluso antes de nacer. Por este motivo es inevitable que cuando uno hable o escriba se vea influido por la política.

De todas maneras, como hay que tener contenta a la afición, hoy voy a escribir uno de sentimientos, dedicado a los que no les gustan los asuntos de la "polis", y a los que creen que soy una animal (que los soy) que solo se quiere a sí mismo, y ni eso.

Sin más, esperando que les guste, e incluso les disguste, les dejo con:


LA AUSENCIA


Solo quedaba uno. Ella hacía mucho tiempo que no le hablaba. Tenía un presentimiento nada positivo. Un escalofrío le había recorrido todo el cuerpo cuando su hermana le dio la noticia. Su padre, aquella persona que le parecía inmortal y derrochaba una fortaleza fuera de lo común, podía tener una enfermedad de esas que te dejan temblando y sin saber muy bien que pensar. No era de contar penas, ni de molestar a los demás con sus problemas. Una vez más intentaría resolver el asunto de puertas para adentro, las cuales comenzaban en su cabeza y terminaban en la calle sin salida de su corazón.

Los días se pasaban con la incertidumbre que soporta el equilibrista que no tiene claro si la cuerda le va a salvar del vacío. El tiempo tenía horas que eran marcadas con unos números que no ofrecían ninguna confianza. Los buenos momentos eran continuamente anegados por el desbordamiento de las aguas de la intranquilidad.

Él se había puesto en lo peor. Era su mecanismo de defensa cuando algún ser querido caía enfermo. Cuanto peor te lo pones a ti mismo mejor superas luego los malos momentos con los que la vida te golpea. El cerebro te ofrece consuelo aunque el corazón con una simple contracción te suma en un océano de desesperación.

Las noticias que iban aconteciendo abrían una enorme claridad en la espesura de la oscuridad del asunto. La cosa tenía solución, y no solo eso, era mucho menos grave de lo que en principio parecía. Los sustos no avisan, tanto para lo bueno como para lo malo, y todo indicaba que este había sido bueno.

Su mente le convencía de que el fin siempre esta cerca, y que es lógico y natural que a ciertas edades la gente se muera. Sus sentimientos no entendían de antropología y no sabían si hubieran sido capaces de soportar otra desaparición sin retorno, un nuevo vacío que el paso de los años apenas puede llenar.

Todo había salido bien. Su padre estaba estupendo. Una prueba más superada. Él no estaba contento. Algo que no acertaba a descifrar le tenía consumido por dentro. La sensación de peligro había sido sustituida por la tristeza, y no era muy lógico. No era muy normal sentirse mal cuando todo había ido bien.

Las imágenes nos señalan, incluso a veces nos hablan. Hay fotografías de personas que están más vivas que muchos de los que gritan por las calles. Su comedor las tenía exclusivas, de aquellos que significaban y habían significado algo importante en su vida.

Estaba enfrente de una foto vieja, en donde le miraban fijamente sus padres. Ya entonces eran mayores. Uno tenía los ojos abiertos, con vida. Ella también los tenía abiertos pero vacíos, como si no pudieran decir nada. En ese momento se dio cuenta del porqué de tanto malestar. Comprendió el motivo por el cual su felicidad no era plena. Le tenía a él, pero a ella no. A él le podía hablar, pero a ella no. A él lo apreciaba, pero a ella la quería, y ya no estaba.

Nunca volvería a escuchar su voz, ni a oler su sonrisa. Tampoco hablaría de sus cosas, ni compartirían sus vidas, en las cuales muy poca gente, por no decir nadie, había podido entrar. Eso le dolía. La hacia más daño que cualquier herida provocada por el golpe o el accidente, y le sumía, a través del recuerdo lejano, en una angustiosa desesperación.

Era fuerte y no le quedaba otra opción que asumir la realidad, la tristeza de no volver a estar nunca más con una persona a la que se quiso mucho. Aceptaría no volver a escuchar la pregunta matinal de si se lo podía hablar, y que la ausencia podía hacerse visible en cualquier momento. Estaría preparado para cuando eso sucediera, dejando pasar por su imaginación todo lo vivido con ella. y ofreciendo todo el cariño posible a los que intentaban quererle y todavía tenía cerca.