Ángela y Mariano: Amor en Santiago... por Antonio Cabrero Díaz

29.08.2014 00:00

Hola amigos y amigas de PB Agujúo, aquí estamos otra vez.

La situación continúa de la misma manera que a lo largo de los siglos. Hay unos que tienen mucho y una inmensa mayoría que tienen muy poco. Los políticos se encargan de que este sistema se mantenga, ayudados por sus perros falderos los medios de comunicación. Nos sacan los higadillos a base de impuestos a cambio de mínimos servicios. Ahora están asfaltando calles, y limpiando un poco las mismas para que el ciudadano les vuelva a votar. No se preocupen, en las elecciones del próximo año volverán a salir victoriosos.

Hasta que esto suceda, y mientras tanto, les voy a escribir sobre una bonita historia de amor, que espero les guste, y les disguste. Les dejo con:


 

ÁNGELA Y MARIANO: AMOR EN SANTIAGO


 

Existe una ciudad llamada Santiago de Compostela, que dicen que es maravillosa, y que él que allí acude se ve envuelto en un halo de espiritualidad que le hace entran en contacto con los seres del más allá. Pero también el que la visita, si es acompañado, puede vivir una historia de amor que le marque para toda la vida.

Ángela era una chica alemana, rubia, y de complexión fuerte. Tenía una vida monótona y aburrida trabajando para los bancos y las multinacionales. El nerviosismo que le provocaba hacer más pobres a los que menos tenían no la dejaba dormir las nueve horas diarias a las que estaba acostumbrada.

Mariano era un chico español, moreno, alto, y de un fácil manejo del lenguaje. Llevaba una vida dura y difícil trabajando para las élites sociales y las grandes corporaciones. El malestar que le provocaba no parar de mentir a los que menos tenían para que no se dieran cuenta de lo que les estaban robando no le dejaba dormir las diez horas diarias a las que estaba acostumbrado.

Ambos protagonistas necesitaban un descanso. Tenían que encontrarse a sí mismos, y ya no les valía con ir a la iglesia y confesarse. Esto era un alivio fugaz a sus continuos pecados que no conseguía el sueño prometido y necesario. El campo, la naturaleza, era el mejor destino para que descansaran sus cuerpos y sobretodo sus saturadas mentes.

Eligieron cada uno por su lado, como si el destino hubiera tenido algo que ver, el Camino de Santiago. Trayecto del cual ella había oído hablar maravillas por sus paisajes y gentes, y sobre todo por la paz interna que decían que aportaba. Él ya lo conocía como gallego que era, pero se daba la paradoja que nunca había podido disfrutar de su magia por su apretada agenda.

El tiempo como es costumbre por esos lares de espléndidos castañares no acompañaba. Paseos largos con un amplio equipo de apoyo culminaban en posadas y albergues dando cuenta de viandas y aposentos. Ella y él, poco a poco, iban entrando en una nebulosa de placer, e iban dejando atrás su vida de mano dura y vara de mando.

Un día el sol se mostró para abrir el cielo. Sus rayos apuntaron a todo el caminante que surcaba los caminos en busca de Santiago. Ángela notó una presencia agradable. Mariano sintió lo mismo a menos de un metro. Ambos se giraron y en un círculo de explosión de sentimientos las palabras se hicieron innecesarias.

Se miraron, se acercaron, se abrazaron, y se dieron el beso más sentido e interminable de sus vidas. Un momento de película, de ensueño. El escenario era inmejorable. La naturaleza era su abrigo. El amor se hizo dueño de sus instintos. Estaban solos porque todo lo que había alrededor, de repente, se hizo invisible a sus ojos.

Después de tan ardoroso encuentro, separaron sus caras unos centímetros, y sus miradas comenzaron a hablar. Estaba todo dicho pero sus entrañas tenían que decirse algo más. Debían saber si eran afines, si era cierto que estaban hechos el uno para el otro.

El camino y su distancia les confirmaron lo que intuían. Los dos tenían el mismo trabajo. Los dos mentían de igual manera. Los dos daban el dinero a los mismos. Los dos gozaban de los mismos privilegios que su condición les otorgaba. Los dos pertenecían al grupo de personas que ostentan el poder. Los dos eran idóneos para perpetuar la especie de los elegidos.

Llegaron a la ciudad mágica después de andar todo el camino sin separarse, cogidos de la mano. Les esperaban los medios de comunicación de países de todo el mundo. Su amor era una noticia extraordinaria para los amos y señores del planeta.

Les hicieron fotos, les sacaron su mejor perfil, con la intención de dejar muy claro al conjunto de la sociedad que eran buenos y sinceros. Viéndoles en los periódicos y en la televisión nadie podría pensar en los graves daños que causaban a las personas más humildes con sus políticas de recortes y austeridad.

Entraron en la catedral con su séquito. Se acercaron a la cúpula. Se arrodillaron con la intención de que el santo apóstol aprobara su amor y redimiera sus pecados. Todo daba la sensación de perfección, de estar muy bien atado, pero con las meigas y los espíritus no hay antidisturbios y fuerzas del orden que valgan.

Un ruido ensordecedor irrumpió en el templo. El apóstol bajó a través de una cuerda imaginaria vestido con una túnica verde que exigía que la educación fuera pública y gratuita, y portando una pancarta de stop desahucios. Ángela y Mariano no le se lo podían creer. Les había fallado aquello que creían que nunca les podía fallar, el espíritu. Les entró un miedo atroz, que hizo que el amor dejase paso a la duda. Sintieron que su seguridad podría correr peligro, y que tarde o temprano pagarían sus malas acciones en esta vida o en la otra.