Laura... por Antonio Cabrero Díaz

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo.

No se asusten, no se han equivocado, hoy no es viernes, es lunes, y esto no es Libertalia, es Crónicas del Pueblo.

A continuación van a leer lo que me ha provocado el fallecimiento de una cucharera de buena cepa. No voy a entrar en las típicas calificaciones personales, o en valoraciones intelectuales, o patrimoniales, solo voy a escribir lo que siento.

Sin más, les dejo con:

LAURA

La persona que nos ha dejado nació en Pedro Bernardo, Ávila, hace unos 47 años, más o menos. Me conocía desde que yo era pequeño, pues era amiga de mi hermana. Hemos coincidido en las calles, en los montes y demás lugares del pueblo.

A lo largo de los años hemos mantenido un trato de conocidos, de muy conocidos. Ella conocía muy bien a mi familia, y yo a la suya. Su madre era amiga de la mía, y su tía Pili muy amiga de mi madre Antonia.

Estas relaciones son las típicas del pueblo en donde todo el mundo es familia. Y en donde no te puedes llevar mal con nadie porque siempre tienen algún tipo de parentesco o relación con cualquiera que tengas al lado.

Lo primero que me vino a la cabeza, cuando me llamó mi hermana María José para decirme que Laura había muerto, es una foto de las dos agarradas del brazo, en carnavales, de cuando tenían catorce años. Iban disfrazadas de viejos.

Las relaciones con el tiempo se van perdiendo porque cada uno elige su camino. Los maridos, niños, y las ciudades hacen que el contacto se pierda, pero la gente afortunada, como los que tenemos un pueblo, las recuperamos en pocos días, haciendo que el tiempo no exista, y que al vernos fuera como si hubiéramos estado juntos el día anterior. Algo parecido tiene y tenían la pandilla de mi hermana. Se ven o veían poco, pero cuando lo hacen o hacían es como si no hubieran pasado los años.

Hace meses Mari José me dijo que Laura estaba mal, que tenía cáncer y que le habían operado varias veces. Ante esta noticia mi sempiterno mecanismo de esperanza actuó y lanzó una pregunta, “¿no será tan grave como me estás contando?”. La contestación fue negativa. Si era tan grave como parecía ser.

El tema lo dejé correr, y quedó guardado en el cajón del olvido. Me quedé tranquilo pensando que todo se arreglaría. Lamentablemente no ha sido así. El desenlace ha sido fatal. La naturaleza cruelmente ha actuado y nos hemos quedado sin una buena persona.

La vida no tiene sentido y es muy injusta. Con esta familia en concreto el destino no ha sido nada benevolente. La madre ha visto morir a su marido, a su hijo mayor, y, por último, a la única hija que le quedaba.

No tengo palabras para describir lo que esto me provoca. Rabia, podría ser un sustantivo que se aproximara a lo que quiero expresar. No puedo soportar que gente joven muera, sea del país que sea, y menos si son conocidos, y menos aún si tengo una buena relación con ellos. Pero así es la vida para los que no somos inmortales.

Personas como Laura, César, Emilio, jóvenes, sanos, con unos hábitos nada perniciosos, contraen una enfermedad y, ¡de repente!, desaparecen. Esto enciende todas las alarmas en el cuerpo de uno, y le hacen despertar del letargo de la vida eterna. Una bofetada de realidad nos hace ver que también nos va a pasar a nosotros, y eso duele, y sobretodo asusta.

Mi hermana hizo lo que una buena amiga tiene que hacer, verla antes de que llegara su final. Ya estaba muy malita, muy débil, y dentro de un cuerpo atrapado por el sufrimiento. “Para estar así lo mejor es que se haya muerto”. Palabras muy sensatas pero muy alejadas del consuelo, y que no llenan el vacío y aplacan el dolor de los que la han perdido.

Yo asimilo su pérdida. Sé que nunca la volveré a ver. Pero mientras me funcioné la memoria siempre estará viva. En mi mente, cuando llegue el verano y esté con mi panda tomando cañas, la veré en el puente acompañada por su marido, se parará a saludarme, y me preguntará, “¿Toñi ha venido tu hermana, o no sabes nada de ella como siempre?,  pues si ha venido dila que estamos aquí para quedar con ella…”

HASTA SIEMPRE LAURA

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