La vida de los demás... por Antonio Cabrero Díaz

06.12.2013 00:00
 

 

Hola amiguitas y amiguitos de PB AGUJÚO, aquí estamos otra vez. Hoy les voy a hablar sobre un hecho que desde muy joven me ha llamado la atención, y al cual por más vueltas que le doy no acabo de entender, el preocuparse y desvivirse por saber lo máximo posible de la vida de las personas que conocemos y que no conocemos.

Antes no puedo dejarme en el tintero el suceso lamentable ocurrido en Pedro Bernardo, pueblo de Ávila, la semana pasada, en donde algún cobarde pinchó las ruedas de los dos coches del señor alcalde.

Una acción de este calibre merece la repulsa por parte de todo ciudadano que se considere persona de bien. Creo que la discrepancia nunca se debe resolver con métodos violentos, y que hay otras maneras más civilizadas de expresar la indignación y el descontento.

Entiendo que los políticos con sus decisiones y actos a veces consiguen sacar lo peor que llevamos dentro. Ante sus continuos agravios no debemos caer en la tentación de comportarnos como ellos, porque inmediatamente dejaríamos de ser diferentes para convertirnos en una hiena más de la manada, sedienta de venganza y poder.

El alcalde del citado pueblo no es un ejemplo de educación y respeto por sus maneras y comportamientos, y porque ha sido cómplice de campañas de acoso y hostigamiento a compañeros concejales y a vecinos, como por ejemplo Isabel Fernández y Ángel Sánchez, pero esto no puede dar pie a justificar la agresión recibida.

El regidor de esta villa lo es porque la gente lo ha votado, y si sus electores no están contentos con su gestión tienen una oportunidad en menos de dos años para quitarle del trono en las próximas elecciones municipales. Lo más razonable hasta entonces es no tomarse la justicia por cuenta propia y utilizar los medios jurídicos correspondientes por aquel o aquella que crea que se ha cometido un delito con él o con ella.

Sin más, soñando que el miedo deje paso a la esperanza, y esperando que les guste, y que les disguste, les dejo con:

 

 

LA VIDA DE LOS DEMAS


 

 

Los seres desarrollados tienen costumbres para mí extrañas a la par que indiscretas que nunca he entendido. Una de las más llamativas es la de necesitar conocer los detalles más íntimos y personales de aquellas personas que les rodean en su vida cotidiana, e incluso de aquellas personas que jamás han visto en directo y con los cuales no han cruzado palabra alguna.

En el barrio, en el trabajo, cuando llega alguien nuevo yo educadamente le saludo, le ayudo a integrarse, y finalmente le emplazo a que me pida o pregunte aquello que necesite, como es lo lógico y normal.

Hasta aquí todo bien, pero la cosa me empieza a mosquear cuando te vienen tus conocidos contándote el estado civil, lugar de residencia, y gustos personales del recién conocido. Entonces pienso que poquito a poco, con una preguntita por aquí, y otra por allá, han ido tirando del hilo hasta completar una perfecta información.

En mi familia por norma nunca le hemos preguntado a nadie nada que no nos haya querido contar, y jamás nos ha interesado la vida de los demás, porque curiosamente lo único que nos ha importado de las personas es si son buenas o no, y no si tienen dinero, carrera, novio, coche, chalé o una cuenta en Suiza.

Esto que para mí es lo normal parecer ser que no lo es tanto, y suele dar pie a que te consideren antisocial, despegado, e incluso borde, cosas estas las cuales, si les digo la verdad, me atraen bastante.

Creo fervientemente que si a mí no me gusta que nadie sepa nada de mí, a los demás les debe pasar lo mismo, es decir que ni les tiene, ni les debe, interesar mi vida, ni lo que pienso, ni lo que hago o dejo de hacer.

Este afán por conocer datos de nuestros congéneres indica que no tenemos en cuenta lo esencial, que es valorar a las personas por lo que son y no por lo que tienen, y que no es necesario ningún tipo de pregunta par encasillar a nadie y creer que tenemos una idea exacta de él si utilizamos nuestro instinto natural.

Pero si hay algo todavía peor que el cotilleo, es el cotilleo destructivo. Me pone malo que te venga alguien hablándote de este o aquel, poniéndole a caer de un burro, y no diciendo nada bueno del mismo. A este tipo de gente que les habrá hecho pensar que a mí me importa lo que hace menganito, o lo malo que es fulanito, o lo jeta que es butanito.

Yo tengo mis ideas, y en ellas no entra interesarme por los asuntos ajenos, ni querer saber nada de nadie, mientras a todo el mundo le vaya lo mejor posible. Mis ideas van encaminadas a luchar por el interés común, y en conseguir disfrutar a tope de las cosas que me hacen sentir bien.

Mi visión de la vida me impide comportarme de una manera antinatural, y mi capacidad de sentir no me deja hacer cosas que no quiero, como por ejemplo reír cuando el que tengo delante no me hace gracia, o alegrarme de algo cuando no se de donde viene la alegría.

A mí me interesan temas tan intranscendentes como lo injusto que es que los políticos con nuestro dinero hagan más ricos a los más poderosos y más pobres a los más débiles, o que pongan cuchillas en una valla para que los ciudadanos de los países que explotamos no puedan venir a recibir nuestras migajas, o que les metan en una cárcel sin derechos por haber conseguido saltarla.

Por otra parte respeto al que es feliz cuando a un jugador de fútbol le dan un trofeo, o cuando se entera de quien esta saliendo con quien, o de quien tiene un hijo, o del que duerme más tranquilo sabiendo todos los detalles más nimios de la rutina diaria de los que le rodean.

Ambas posturas son respetables, pero yo defiendo y quiero la mía, y no tengo porque aguantar a los que, no coincidiendo conmigo, vienen a darme la paliza y a molestarme con sus estúpidas e indiscretas inquietudes.

De momento en el parque estoy bien, sentado en un banco, compartiendo un rato de soledad o con buenos amigos, hablando y escuchando, dando y recibiendo, construyendo una cadena de comunicación que enriquezca a ambas partes, y que desemboque en un esfuerzo común para mejorar nuestro entorno y nuestra lejanía.

Es muy bonito intentar saber para ayudar, y no para hacer daño. Es virtuoso el medir la distancia adecuada que te lleve a la prudencia y te aleje de la indiscreción. Es maravilloso no meter las narices en el puchero donde uno no ha sido invitado a comer.

El derecho a la intimidad es uno más de los que estamos perdiendo, o nos están quitando, y en gran parte se debe a las cámaras de vigilancia que se han instalado en las cabezas de los ciudadanos de las sociedades modernamente aburridas.

La única solución a este mal endémico es potenciar una educación en valores, y que dentro de ellos este lo más interesante del ser humano, el amor a la naturaleza, que es a la que le debemos todo lo que somos.

Los árboles, los animales, los ríos, las montañas, dan tanto de sí que no tendríamos vidas suficientes para saber lo básico sobre ellos, pero mientras tanto conseguiríamos algo que nunca podremos alcanzar curioseando la simplicidad de la intimidad de las personas, una vida sencilla, natural, y duramente placentera.