Mi casa es mi casa... por Antonio Cabrero Díaz

04.12.2015 00:00

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo, aquí estamos otra vez.

En vista de cómo están las cosas no me queda más remedio que suplicarles que NO VOTEN al PP, ni al PSOE, ni a Ciudadanos, en las próximas elecciones generales del 20 D. Aunque nos hayamos tragado el cuento de que todos son iguales pueden optar por votar a Podemos, o,  en su defecto,  apoyar a Alberto Garzón y su maltrecha Izquierda Unida. Recuerden que el futuro de sus hijos está en juego.

Los diferentes temas que escribo en esta columna siguen provocando disparidad de opiniones. A unos les gustan unos artículos más que a otros y viceversa. No se olviden que a mí esto me la trae al fresco. No es prepotencia, es cuestión de tener claro que no escribo para gustar o disgustar, sino para denunciar lo que no está bien e ir poniendo, poco a poco, un ladrillo en ese gran muro que esta por reconstruir y que se llama justicia social.

Sin más, esperando que les guste y que les disguste, les dejo con:

 

MI CASA ES MI CASA

 

Estoy en el suelo, tumbado en la cama. Me da vueltas la cabeza y me duele todo el cuerpo. Esta vez no es el mundo ni mi atormentado interior lo que me provoca el malestar. La juerga de la noche anterior fue monumental, de esas que me gustan, de las de todo el día hasta bien entrada la noche.

Vivo en una casa que no es del todo mía. Recuerdo que una novia de un colega me dijo que era de mi padre. Me es indiferente. Soy de la opinión de que tener cosas esclaviza al hombre. Tampoco soy tonto y prefiero dormir bajo techo, por muy viejo que este sea, que al abrigo de las estrellas.

No tengo propiedades, ni nadie que me obligue a tenerlas. Me acompañan mis gustos y mis ideas, salpicados con pinceladas de necesaria soledad. Esto me permite no equivocarme a la hora de realizar cualquier tipo de afirmación que lleve la autoridad por bandera, en lo que a pertenencias materiales se refiere.

El ser humano cada día me parece más absurdo. Yo me incluyo dentro del grupo. No soy de los que se creen más que los demás. A mí las cimas me gusta coronarlas en compañía, e incluso ayudar al que se lo merece a que la alcancen conmigo, no me importa compartir el horizonte.

En mi sillón no entran los planes. Este tema lo dominan aquellos que van a conseguir que el mundo salte en mil pedazos. Nunca los hago, ¿para qué? No tiene sentido tener agenda. Poseemos un escritorio que ningún ordenador tendrá jamás. Es mi cerebro el que me da las pautas para iniciar el más mínimo movimiento.

No voy de diferente. Ser distinto es ser de otra manera. Simplemente no me interesa nada lo que hagan los demás. Imagino que a ellos les pasará lo mismo con respecto a mí. Aunque tengo que reconocer que últimamente he cambiado. Ahora veo Gran Hermano. Es mucho mejor que ver programas que cuenten algo de lo que verdaderamente pasa, ¿para qué sufrir?

Entiendo que la mayoría de personas consideren que su casa es su casa, y que en su casa manden ellos. Comprendo que los seres humanos valoren en extremo aquel elemento material que les haya costado conseguir con mucho esfuerzo. Admito que se quiera más a un coche, a una casa, a un móvil, o a un perro que a un hombre o a una mujer.

Sé que no es cuestión de egoísmo, ni tampoco de autoridad. Tengo claro que es una sensación positiva que provoca el hecho de sentirse realizado. Las cosas se tienen y se defienden, pero también se comparten, y no necesariamente de una manera altiva.

Ahora estoy en la mesa. Esta cubierta por un hule de plástico, de esos que compraba mi madre. Estoy sentado en una silla que tiene casi los mismos años que yo. Llevo chándal y una sudadera de Deportes Madrid. E l bolígrafo es un big y es el que escribe estas líneas.

De fondo suena Pearl Jam. The doors ya cumplieron su etapa. Ambos grupos me ofrecen a través de su música lo que yo intento ofrecer a través de mis palabras. Hay gente que es alegre y hay gente que es triste. En ambos casos la felicidad puede ser la misma.

Miro hacia las cortinas y me doy cuenta que la noche ha cubierto su tela. La vieja máquina de escribir ya no funciona. El mueble cama, donde dormía de pequeño, no puede bajar. El indio Navajo de la estantería me mira desde su caballo, y sabe que es cierto lo que estoy escribiendo. A él tampoco le importó dormir en el suelo. Él también pensó que en la vida lo importante para tener mucho es no tener nada. Y eso fue lo que le costó la vida.