Muerto de hambre... por Antonio Cabrero Díaz

11.02.2016 23:07

Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo.

Aquí estamos otra vez sin ánimo de lucro y con ganas de contarles algo distinto. Es imposible saber si estamos saliendo de lo convencional. Quiero pensar que sí, pero sin darnos cuenta pasamos de un corral a otro por un camino marcado, que nos convierte en animales con escasa libertad.

Afortunadamente pasó el carnaval, el cual es un ejemplo más del mundo global que tenemos. Se premia la copia, y se desprecia lo original y lo reivindicativo. Lo mismo pasa con los premios del cine español, los cuales, evidentemente, no sigo. Pocas opciones dan en nuestro cine a lo diferente, y, sobre todo, a los que son pobres pero tienen grandes ideas.

Curioso país este en donde matas una mujer, violas a un niño, o robas a manos llenas y no te pasa nada, pero si haces títeres acabas en la cárcel. No hablo de política, ni de fútbol, ni de mujeres, porque aquí no se debate, se grita y discute. A la persona que tienes en frente le importa una mierda lo que vayas a decir, y se guía por aquello que ha visto u oído.

Hoy les voy a hablar de un tema que no deja de ser actualidad, la estupidez humana. Sin más, esperando que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:

 

MUERTO DE HAMBRE

 

 

Hubo un tiempo en España que se hacían parejas según su clase social y según su dote. Las familias buscaban marido a sus hijas teniendo en cuenta la posición social y económica del candidato. Era fundamental tener “perras”, y más aún no tenerlas.

En la actualidad los matrimonios de conveniencia han desaparecido, aunque las parejas se continúan formando de los mismos entornos socioeconómicos. El miedo al mestizaje, de culturas y razas, sigue manteniéndose fuerte en nuestros usos sociales.

La clase media, como no podía ser de otra manera, también ha llegado a la conclusión de que tiene un nivel que le hace superior a otros individuos que pertenecen a otras más bajas. Esto provoca que padres modernos no vean con buenos ojos que sus hijos se junten con alguien que no sea de su casta social.

Hay personas que montan un negocio pequeño que les da beneficios, tantos como para adquirir propiedades u objetos caros, que se sienten superiores a aquellos que cobran menos de mil euros al mes.

No es que estos nuevos “empresarios” formen parte del ibex 35, pero sus bienes materiales les hacen creer que son ricos, y por lo tanto de una clase social más elevada.

Estos individuos, por lo general poco formados a nivel educativo, consideran muertos de hambre a aquellos que tiene un trabajo normal, vivienda con hipoteca o de alquiler, o tienen un coche viejo o de segunda mano. Quieren alejarse tanto de su pasado, que no solo reniegan de la clase trabajadora, sino que apoyan a partidos y políticas, que les perjudican debido al montón de impuestos que les hacen pagar, con el objetivo de diferenciarse de la chusma.

Muchos piensan, incluso te dicen, que escribo así porque lo tengo fácil, como dando a entender que si tuviera un pyme hablaría de otra manera. Algunos se sienten atacados cuando el ataque, si lo hay, no va hacia ellos. No entienden que no son ricos, como tampoco comprenden que son otros muertos de hambre, pero en un eslabón más alto de la cadena de la explotación obrera.

No creo que llegue el día que tenga una empresa. Es más creo que nunca tendré nada y en la nada me moriré. Pero si alguna vez ocurriese lo único que intentaría es ser honrado, ni bueno ni malo, pues esto siendo jefe es imposible lograrlo. También lucharía por no terminar siendo tan gilipollas como para considerarme superior a otro que tuviese peores condiciones de vida que la mía.

El hecho de ser un muerto de hambre no es malo. Es simplemente una circunstancia elegida o impuesta. Aquellos que pertenecen a este grupo tienen dos opciones; disfrutar de las cosas de la vida que no cuestan dinero, o perder  tiempo y energía en soñar con una vida que nunca podrán tener.

La humildad y la inteligencia se demuestran en casos como este. Cuando uno al oír este calificativo despectivo se siente orgulloso de su vida y su valía, la cual no la da el dinero, sino la honradez, la dignidad, y la valentía con la que te desenvuelves dentro de esta absurda sociedad del bienestar.