Mujeres de viento... por M. Yolanda Tejero

03.11.2015 22:07
Continuamos la semana, ya en su ecuador, con otra nueva aparición de nuestra "compi" literaria. 
 
Volvemos a los relatos cortos, tan ágiles de leer y tan ricos en su contenido a los que nos está acostumbrando Yolanda cada 10 días y, por lo que se ve esto va para largo, ya que poco a poco vamos descubriendo que tiene muchas balas en la recámara con las cuales deleitarnos cada semana.
 
Ésa semana, nos iba a regalar un poema, pero hemos pensado que lo suyo era dejar el protagonismo en los versos a nuestra colaboradora ocasional Ariadna González, que tan gratamente nos ha sorprendido con su sentido poema.
 
Ahora ya sí, os dejamos con...
 
 

"Mujeres de viento"

por M. Yolanda Tejero Marentes 
 
 

 

Esta es la Isla de las mujeres despeinadas. Hay mujeres palmeras que despeinan sus melenas en ramas al ritmo del viento que sopla fuerte, que viene directamente del desierto deprisa, muy deprisa para llegar pronto a esta Isla seca. Brazo desprendido del tronco fuerte de África que flotó a la deriva hasta reunirse con otros trozos de tierra y lava que vagaban  por el Atlántico. 

 

 

Las mujeres africanas que habitaron esa tierra nunca despeinaron su pelo crespo que no movía el viento a pesar de su soplido fuerte, áspero y seco.  

 

Sus cabellos cortos, o con pequeñas  trenzas, o envueltos en coloridos turbantes  se quedaban quietos y en silencio. Las mujeres aun siguen sin hacer mucho ruido en el tronco del África seca y hambrienta, robando a la tierra yerma algo con que alimentar a sus hijos moribundos.  El viento ruge a la injusticia, sopla fuerte en los oídos sordos.

 

En la Isla hay otras mujeres despeinadas de cabelleras rizadas, de cabezas hermosas y redondas como las tabaibas, frutos de esta tierra roja, amarilla, negra, ocre de savia amarga o dulce.

 

Las tabaibas y las palmeras están siempre presentes en esta tierra.

 

Las primeras a veces habitan un “malpaís” negro de piedras picudas, casi violentas, vestidas de líquenes verdosos que les limpian un poco el aire de su vida árida. El “malpaís” es reseco, dañino a la vista y las mujeres tabaibas  de hermosas cabezas redondas y cabellos en desorden malviven, contra viento y marea.

 

Son bajitas y macizas, luchan y se descarnan los pies corriendo detrás de algún conejo despistado entre piedras volcánicas. Escarban la tierra y entre los cantos  y la  lava, esconden semillas esperando algún regalo de fertilidad.

 

Las mujeres tabaibas esconden del viento a  sus cachorros, de hermosas cabelleras despeinadas,  en sus humildes casitas de piedras negras y rojas. Les dan leche de cactus, sus pechos están secos.

 

En el valle habitan las esbeltas palmeras que miran hacia su desierto africano. Sus ramas de cabellos infinitos se mecen despeinándose, formando la cabellera lisa, larga de las mujeres despeinadas y esbeltas que moran en los valles de esta reseca Isla.

 

Siempre caminan a su lado las palmeras pequeñas, macizas, hijas reflejo de su imagen de similar futuro. De vida dura,  de espera continua. Vigilando cabras, esperando lluvia.  Buscando en el puertito, con la mirada fija en el horizonte, la barca que lleva aquel de los ojos azules como el mar. Aquel que les hace hijos y vuelve siempre al mar.

 

Las mujeres bien peinadas, oyen a través de las rendijas del viejo caserón, el rugido hosco del viento que intimida hasta el mismo miedo. Estas mujeres llegaron descalzas con los labios pintados de rojo y los zapatos de  tacón en sus manos hasta esta enorme y desierta playa del Sur.  

 

Buscaban el fin de sus miserias y allí en la vieja casa con muchas habitaciones vendían fingidas alegrías y una piel lozana a unos soldados rubios de idioma brusco, que llegaban navegando por debajo del agua. Cansados,  pero ávidos de deseo y violencia, anclaban en la playa desierta donde nadie escuchaba nunca los gritos de las mujeres que huían desnudas y despeinadas por la arena.

 

Las mujeres de esta isla están solas.

 

Habitan en un mundo árido, áspero, difícil.

 

Sus hijos y sus soledades las hacen únicas. Su lucha contracorriente, a destiempo, a contrapelo, detiene el viento lo domina y lo doblega.

 

Continúan adelante, o a la derecha. Quizá vuelvan a la izquierda, pero siguen arrastrando su casa, su malpaís, sus cabras y sus cachorros.

 

Se despegan del amor borracho que golpea y huye al mar antes de que amanezca.  Del amor cabrero que se olvida de ordeñar las cabras, pero no se olvida de azotar un corazón seco.

 

Ya nada detiene  a las mujeres palmeras y las mujeres tabaibas y a las mujeres que venden amor fingido en la playa del sur. Corren al ritmo endiablado de los gritos del viento  que sopla sin parar en  esta Isla de fuertes hembras,  de almas vivas y solas y de hermosas  cabelleras despeinadas.