Pisos baratos... por M. Yolanda Tejero
No es un pasatiempo, ni una manía cualquiera, buscar pisos forma parte de la vida de Germán. De camino al metro coge papelitos pegados a las farolas con números de teléfono, en el vagón hojea el periódico gratuito que alguien deja en el asiento, en el despacho bucea en los anuncios por palabras. Solo busca los más económicos, las gangas del mercado, invierte mucho tiempo para elegir lo mejor y filtrar lo que le interesa, es un especialista.
Germán Palomares, ya tiene cumplidos los 55 años, funcionario del Ministerio de Justicia, soltero y sin hipotecas, único heredero de su corta familia, sin grandes ni pequeños vicios. Un buen hombre que siempre pasa desapercibido, compra pisos baratos que lava la cara, adecenta y después alquila.
Ya tiene tres pequeños apartamentos. Se ilusiona pensando que en poco tiempo vivirá de “las rentas”. Ya no es un sueño, es el resultado de su constancia en la búsqueda de las gangas escondidas.
Hoy tiene una cita. En el “Segunda Mano” ha visto esta mañana, un par de pisos en una de las calles traseras de la Gran Vía. Edificios viejos y destartalados, que se dejan morir un poco cada día que pasa.
Ha quedado a las 16.00h con el empleado de la Inmobiliaria. Sale del Ministerio con tiempo suficiente para dar una ojeada por la zona. Llega a la calle Desengaño, es una calle estrecha, sucia, gris, el sol se cuela con dificultad, desprende olor a orines viejos desde cada rincón, la fauna que deambula por las aceras unos le miran desafiantes, otras solo derrotadas.
Se para en el número 10 de la calle, el portal está sucio, a través de los cristales se deja ver un pequeño chiscón que en otro tiempo albergó probablemente la portería. El representante de la inmobiliaria aún no ha llegado, aún faltan diez minutos para la hora acordada. Sin cruzar la acera, busca el número 13, donde se sitúa el otro piso que también se anuncia. La finca parece un poco más moderna.
Ensimismado en sus comparaciones, vuelve a la realidad cuando siente unos golpecitos en su espalda, se gira y ve detrás de él a un hombre bajito, de aspecto pringoso, opaco. Viste un abrigo negro pardusco, regado de caspa vieja. Tiene una mirada torva, un cuerpo decadente y con un ademán nervioso restriega sus manos sin parar.
Olegario Giráldez, representante de la Inmobiliaria “Tu morada Ideal” le extiende su mano sudada y blanda que Germán no puede evitar y le corresponde con un breve y asqueado apretón.
El aspecto de este hombre le delata y anticipa que algo esconde. No es un empleado de la agencia, realmente es el dueño de un exiguo negocio que conoció tiempos mejores. Ahora pasan largos meses sin alquilar o vender ni una sola casa.
Está asfixiado de deudas, repleto de vicios a los que no puede renunciar ni al juego ni a sus amigas de pago y no le queda un solo fiador en toda la ciudad.
Vuelve a fijar su mirada hosca en Germán, fuerza una sonrisa pegajosa y le bisbisea un “vamos … pase por favor” a la vez que empuja la puerta de hierro.
Entran en el desvencijado portal. No hay muchas señales de vida vecinal, los cubos de la basura están vacíos pero inmundos, los buzones destartalados dejan asomar publicidad amarillenta.
El ascensor no funciona, deben subir por la escalera el apartamento esta en el cuarto piso, el cansancio asciende de piso en piso, los dos hombres ya no son jóvenes. No hay ningún felpudo con aspecto hogareño, los que quedan están viejos y rotos, la mayoría ya no están. Las puertas, el suelo, la barandilla están cubiertas de polvo. Germán observa detenidamente cada puerta, los descascarillados de las paredes, los hierros oxidados, las baldosas rotas, el edificio lleva tiempo inhabitado, son detalles importantes a la hora de negociar el precio.
El barrio está poblado de prostitutas, inmigrantes sin papeles, marginales, probables clientes de alquileres a corto plazo, suciedad garantizada. El pago por adelantado, si hay problemas, sabe anticiparse, conoce bien a este tipo de gente.
Giraldez, sigue los movimientos de Germán de reojo, todos sus gestos, donde clava su mirada, sabe que no será fácil vender la casa. Procura disimular su desazón.
Por fin acceden al cuarto piso, la vivienda en venta es la puerta “C” tiene un felpudo de caucho negro sucio y pardusco, prueba que no hace demasiado tiempo aun alguien entraba y salía a menudo del 4º C. El hombre viscoso mete la llave en la cerradura y la gira sin dificultad, la puerta se abre con un débil chirrido e invita a pasar a su posible cliente.
El apartamento está casi vacío unos pocos trastos viejos, en trance de embalaje o deshecho, para sacarlos de la vivienda. Un pequeño pasillo hace de distribuidor la cocina de unos 6 metros solo tiene un hornillo encima del viejo fogón de carbón y leña, una pila grande y un armario alacena colgado en la pared de enfrente. A la entrada de la cocina un habitáculo con un inodoro y un minúsculo lavabo, para tener una pequeña ducha habría que recurrir algún mago, encima de la pila hay una ventana con rejas que da a la escalera.
Al final del pasillo el salón de unos 10 metros poseedor de la única ventana que se asoma a la calle Desengaño. Al lado izquierdo se aloja la habitación principal con puerta pero sin ventana, a lo alto un respiradero forrado de alambrada que deja pasar un poco de aire desde la ventana del salón.
La puerta es hermética, en la habitación aun descansa un somier de muelles desvencijados y un par de mesillas a medio desmontar.
Después del breve vistazo Olegario Giraldez cierra con llave la habitación. El salón es casi luminoso se puede aislar cerrando la puerta del dormitorio y la del pasillo. La estancia está completamente vacía, ahí no han olvidado ni una maldita silla.
El vendedor no ceja su verborrea escupiendo las virtudes del pisito que ni en sueños podrían tener lugar. Germán empieza a rechazar tanta ventaja y procura negociar a la baja el precio del inmueble, le recuerda que en frente hay otro piso en venta, que quiere verlo.
Giraldez cada vez más nervioso presiona, insiste en la situación céntrica, en las posibilidades de mejora del pequeño antro. Quiere desviar la atención sobre el piso del edificio de enfrente, no puede mostrarlo es impensable. No puede llevarle a esa casa. Deja de escuchar las preguntas del posible comprador, la insistencia, el empeño en bajar el precio, ve como pierde su última expectativa.
Empuja fuertemente a Germán y cierra la puerta del pequeño salón, presiona contra ella todos los trastos que encuentra a su paso. Es un acto a la desesperada, solo quiere conseguir dinero, tapar sus promesas incumplidas, sus pozos negros sin fondo.
Ahora este desgraciado no quiere comprar, pero es cuestión de tiempo encerrado en esa habitación vacía, sin luz, sin agua, sin nadie que escuche sus gritos, para que decida ser el primer vecino de una comunidad fantasma, como en una pesadilla cada día le visitará hasta hacerle comprender.
Germán Palomares, grita, le amenaza pero es inútil, en unos minutos oye cómo se cierra la puerta de la calle. El golpe seco y un extraño eco rebota en la pequeña estancia y él siente un miedo frio que le invade completamente. Golpea la puerta, patea con todas sus fuerzas, no hay nada a su alrededor. Se va hacia la ventana está encajada, la madera se ha hinchado, le resulta imposible abrir.
Se asoma, la tarde cae, la luz es cada vez más débil, mira hacia el edificio de enfrente y choca contra una silueta que sostiene algo y a la vez lo mueve, brilla débilmente.
Observa y ve pegada al cristal de la ventana una mujer desesperada con el maquillaje descompuesto, los ojos ribeteados de rímel corrido, los labios descoloridos de carmín barato, el pelo seco y enredado, la ropa rasgada y en sus manos temblorosas sujeta una pizarra blanca:
- OLEGARIO SOY PROSTITUTA- NECESITO EL DINERO-
Germán, entiende que la mujer de enfrente forma parte de los personajes habituales del barrio, alguien a quién Olegario Giraldez ha despreciado y encerrado por no prestarle quizá sus favores, quizá por no pagar el alquiler. Siente todo su asco de golpe en una seca nausea al recordar el aspecto del personaje, su pegajosa cobardía. Recuerda que está solo en el edificio, de golpe toda la angustia, la soledad, el frio, la suciedad, el sin sentido de buscar pisos baratos, el hastío y la impotencia de una vida gris de funcionario resignado.
M.Yolanda Tejero .