Por qué No estalla una revolución. Parte II... por Ángel Sánchez Díaz

19.02.2014 20:03

La semana pasada en “La Cruda Realidad” mostramos que saber la verdad sobre los asuntos turbios de nuestros gobernantes no importa, la población no reacciona de forma masiva ante los abusos a los que nos someten.

En la segunda parte de este artículo se analizará el Porqué de esta cuestión. La cruda realidad es que los poderosos que hacen y deshacen a su antojo están perfectamente organizados, de tal manera que nos manejan de forma que nos cuesta hasta imaginar.

Como siempre sacad vuestras propias conclusiones.

 

POR QUÉ NO ESTALLA UNA REVOLUCIÓN. Parte II

 

La pregunta es ¿POR QUÉ? Que nos ha llevado a este estado de apatía en el que parece que todo nos da igual.

En primer lugar está el “Miedo”, miedo a perder el trabajo, a perder la vivienda, a perder incluso la salud. Si hacemos un poco de memoria este miedo que ha brotado como una flor en primavera no era tal antes de comenzar la crisis económica, cuando a nuestros políticos se les llenaba la boca con las famosas frase “España va bien” o “en España no hay crisis”, “nuestros bancos están saneados”, etc…

Y es que los “organizadores” saben más de nosotros de lo que podemos imaginar y les resulta tremendamente fácil mantenernos bajo control. No tiene mucho merito destapar el plan de estos personajes una vez que ya está llegando a su fin pero para hacer memoria os recordaré que hubo una época en la que los bancos daban dinero “a saco” y nosotros, como era de esperar por su parte, lo cogimos y con ello nos compramos casas, coches, viajes, etc…Nos creíamos todos ricos, y sí, es cierto que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, pero, en aquel momento a “ellos” les interesaba que fuera así, para después llevar a cabo la segunda parte de su plan: La crisis económica en la que estamos inmersos y que nos devolverá a nuestro sitio, pero con salarios más bajos y peores servicios sociales para así “ellos” recoger mayores beneficios de su bien estudiado plan.

Con todos nosotros preocupados de pagar una vivienda, de encontrar un trabajo digno o no perder el que tenemos, y ayudados por el exceso de información a la que nos someten no les resulta muy difícil tenernos a todos bajo control.

Sin lugar a dudas, formamos parte de la generación con mayor capacidad de procesamiento de información a nivel cerebral de la toda historia de la humanidad, con muchísima diferencia, sobre todo a nivel visual y auditivo. Es más, a medida que nacen y crecen nuevas generaciones, éstas adquieren una mayor velocidad de percepción de información. ¿Quién no ha visto como los niños con apenas 2 años manejan estupendamente una tablet o un ordenador?

Estamos sometidos a un exceso de estímulos tanto visuales como auditivos que nuestro cerebro tiene que procesar, y esto se traduce en muchísima información que tenemos que digerir y que llega a nuestro cerebro a través de la televisión, la radio, la música, la omnipresente publicidad de todo tipo, las señales de tráfico, los diferentes y variados ropajes que viste cada una de las personas con las que te cruzas por la calle y que

representan, cada uno de ellos una serie de códigos lingüísticos para tu cerebro, la información que ves en tu móvil, en la tablet, en internet y añádele, además, tus compromisos sociales, tus facturas, tus preocupaciones y los deseos que te han programado tener, etc, etc, etc… Se trata de una auténtica inundación de información que debe procesar tu cerebro continuadamente.

Por lo visto, parece que nuestro cerebro tiene capacidad suficiente para percibir tales volúmenes de información y comprender los mensajes asociados a esos estímulos. Ahí no radica el problema. De hecho parece que nuestro cerebro disfruta con ello, pues nos hemos convertido en adictos al bombardeo de estímulos.

El problema de recibir tantos estímulos es que después debemos valorar la información recibida, es decir, cuando llega la hora de juzgar y analizar sus implicaciones, entonces es cuando nos topamos con nuestras limitaciones. Porque, literalmente, no disponemos de tiempo material para hacer una valoración en profundidad de esa información. Antes de que nuestra mente, por sí misma y con criterios propios, pueda juzgar de forma más o menos profunda la información que recibimos, somos bombardeados por una nueva oleada de estímulos que nos distraen e inundan nuestra mente. Es por esta razón que nunca llegamos a valorar en su justa medida, la información que recibimos, por importantes que sean sus posibles implicaciones.

Es por esta razón, por nuestra impotencia a la hora de valorar y juzgar por nosotros mismos el volumen de información al que estamos sometidos, que la propia información que nos es transmitida lleva incorporada la opinión que debemos tener sobre ella, es decir, aquello que deberíamos pensar tras realizar una valoración profunda de los hechos. Es decir, el emisor de la información le ahorra amablemente al receptor el esfuerzo de tener que pensar.

Ese es el procedimiento que utilizan los grandes medios de comunicación y en un mundo con individuos auténticamente pensantes sería calificado de manipulación y lavado de cerebro. ¿Y quien domina los grandes medios de comunicación y la producción de dispositivos para bombardear nuestra mente? Pues los mismos que hace unos años nos daban dinero “a saco” y que por supuesto también controlan las grandes multinacionales tecnológicas, farmacéuticas, alimentarias, constructoras, etc…

La televisión es un claro ejemplo de ello. Fijémonos en un noticiario cualquiera. Todas las noticias de todas las cadenas están narradas de forma tendenciosa, de manera que contengan en su redactado y presentación no solo la información que debe ser transmitida, sino la opinión que debe generar en el espectador. O más claramente aún, el ejemplo de las omnipresentes tertulias políticas, donde los tertulianos son calificados como “generadores de opinión”. Es decir, su función es generar la opinión que deberías fabricar por ti mismo.

Así pues, el bombardeo continuo e incesante de información en nuestro cerebro nos impide juzgar adecuadamente el valor de los hechos, con criterio propio y según nuestros códigos internos. Una vez reducido a la mínima expresión nuestro tiempo de valoración personal de los hechos, entramos en la fase decisiva del proceso, aquella en que nuestra posible respuesta queda anulada.

Aquí entran en juego las emociones y los sentimientos, el motor de toda respuesta y acción.

Observemos nuestras propias reacciones: podemos indignarnos mucho al conocer una noticia cualquiera, ofrecida en un noticiario, como por ejemplo el desahucio forzoso de una familia sin recursos, pero al cabo de unos segundos de recibir esa información, somos bombardeados por otra información distinta que nos lleva a sentir otra emoción superficial diferente, olvidando así la emoción anterior.

El bombardeo incesante de información al que estamos sometidos acaba desembocando en una fragmentación de nuestra energía emocional y por ello acabamos ofreciendo una respuesta superficial o nula. Una respuesta que en momentos como el que vivimos, intuimos debería ser mucho más contundente y que sin embargo, no llegamos a generar porque carecemos de energía suficiente para hacerlo. Y todos observamos desesperados a los demás y nos preguntamos “¿Por qué no reaccionan? ¿Por qué no reacciono yo?” Y esa impotencia desemboca, al final, en una sensación de frustración y apatía generalizadas. Ésta parece ser la razón básica por la que no se produce una Revolución cuando, por la lógica propia de los acontecimientos, debería producirse.

Se trata pues, de un fenómeno meramente psicológico

Éste es el mecanismo básico que aborta toda respuesta de la población ante los continuos abusos recibidos. La BASE sobre la que se sustentan todas las manipulaciones mentales a las que estamos sometidos actualmente. El mecanismo psicológico que mantiene a la población idiotizada, dócil y sumisa.