Un Cromañón sin guasa pero con sentimientos... por Antonio Cabrero Díaz
Hola amiguitas y amiguitos de PB AGUJÚO, aquí estamos otra vez. Hoy les voy a hablar de los sentimientos, de esas transmisiones nerviosas que nos manda nuestro cerebro que a veces nos hacen sentir bien, y otras no tanto.
Antes como es habitual en mí, y para darle la razón a mi amigo Chiri en lo de que soy un cansino (sobretodo en denunciar el continuo recorte de derechos y libertades), voy a darles mi opinión acerca de la ley de seguridad ciudadana que el innombrable ministro Fernández Díaz y su gobierno de dictadura, digo de mayoría absoluta, nos quieren imponer.
Parece ser que los movimientos espontáneos de protesta llevados a cabo por los ciudadanos sin filiación política alguna ponen muy nerviosos a los que realmente manejan el mundo, y han decidido, a través de sus esbirros, los políticos, poner freno a esta peligrosa situación.
De ahora en adelante tendré que revisar muy detenidamente lo que escribo en este blog. Cuidaré de no meterme con los poderes ejecutivo, legislativo, y judicial, y de una manera más cuidadosa tendré muchísimo tacto al criticar a los cuerpos de seguridad del Estado aunque maten impunemente.
Las multas a las que se puede enfrentar el peatón rebelde oscilarán entre 1.000 y 30.000 euros, si se comete falta grave, y entre 30.000 y 600.000 euros si es falta muy grave.
Nada de grabar como la policía actúa ilegalmente, nada de decirle a un político a la cara que cumpla con su obligación, sea honrado, y sirva los intereses de los ciudadanos, y nada de subirse a ningún andamio a reclamar que se proteja a las ballenas.
No me digan ustedes que estas medidas no les recuerdan gloriosos tiempos pasados, y es que al contribuyente enfadado ante los continuos atropellos que sufre por parte de los que mal gestionan su dinero no le va a quedar ni el consuelo de la pataleta, porque hasta esto se lo van a recortar.
Cualquier día voy a la Casa de Campo y me dicen que sino pago no paso, o que estoy cometiendo una infracción por ir corriendo, dando por hecho que soy un peligroso y libre delincuente.
Sin más, soñando que el miedo deje paso a la esperanza, y esperando que les guste, y que les disguste, les dejo con:
UN CROMAÑON SIN GUASA PERO CON SENTIMIENTOS
A Iván “muñeco”, buena gente que camina, y al cual le he tratado durante un tiempo pasado de una manera que me ha dolido a mí más que a él, pero que creo que fue necesario para que reaccionara y se convirtiera en lo que ahora es, UN BUEN AMIGO. Desde aquí, para superar la pérdida irreparable de un ser querido, lo único que le puedo decir es, ¡ÁNIMO, FUERZA Y ADELANTE!
Domingo por la mañana, estoy tumbado en la cama escuchando a Edu Manazas y Los Bluescavidas, medio dormido, medio despierto. Salta un mensaje en el teléfono móvil, que hace las veces de fijo, alterando todo mi sistema nervioso.
Es demasiado pronto, pienso que algo malo ha pasado. Dudo un instante, pienso en la familia y en los colegas, y estoy seguro de que a uno de los dos le ha tocado. Pulso la tecla, efectivamente, se ha muerto el padre de un amigo.
Los nervios a una velocidad vertiginosa aceleran mis pulsaciones, y me ponen en pie sin saber que hacer, a la vez que mandan imágenes de malos momentos vividos no hace mucho tiempo al experimentar una situación parecida.
Lo primero que pienso es que la gente tiene el detalle de acordarse de mí aunque no tenga guasap, y lo siguiente es llamar al que domina siempre todo el tema en mi grupo de amigos.
Después de una breve conversación vuelvo a mi rutina sin saber muy bien cual es. Desayuno, leo el periódico (el crucigrama sigue siendo lo mejor), escucho música, e intento leer un libro, pero no puedo hacer ninguna de estas cosas porque la desazón de la noticia no me deja.
La muerte ha aparecido, y por un instante se ha adueñado de mis pensamientos. Tengo suerte y de momento la angustia no acompaña, lo que me deja lucidez suficiente para analizarla de manera fría y razonada.
Lo primero que pienso es el poco sentido que tiene la vida, el nacer para morir, lo segundo que me da miedo desaparecer para siempre y no saber que seré, y lo tercero que temo al dolor.
Mi manera de ser me hace un favor y me quita de un plumazo todos estos razonamientos egoístas para ofrecerme, en una bandeja de fino plástico, la tristeza que invade mi interior, y que me recuerda que tengo un amigo que ese día lo esta pasando mal.
Pongo un disco melancólico, me siento con mis principios, y doy un repaso al negocio de la muerte y a lo absurdo del mismo, llegando a la conclusión de que no somos libres ni para morirnos.
Salgo por la puerta dejando mis ideas en el escritorio, recorro las escaleras a gran velocidad puesto que me esta esperando otro amigo para ir juntos al tanatorio, lugar este nada recomendable para el simio, y muchos menos para monos de última generación.
Llegamos al lugar del duelo, donde hay más colegas, más saludos, más abrazos, y breves conversaciones, lo que provoca que me entre una sincera alegría de tenerles y de que estén ahí apoyando a quien en ese momento más lo necesita.
Entro, miro a mí alrededor, hay mucha gente conocida pero no hago caso, fijo mi mirada en él, nos abrazamos, él se viene abajo y llora sobre mi hombro, y lo hace agarrándose fuertemente a mí. Me mantengo firme, nadie nota nada por fuera, pero por dentro su dolor me traspasa, y mi cuerpo se funde en su mismo sentimiento y hace de escudo a su desconsuelo.
Le animo a que llore, a que suelte tolo el sufrimiento que lleva dentro. No se que decir, faltan las palabras, le doy un tiempo al silencio, callo y asiento. Le indico sin decir ni una sílaba que me tiene para lo que necesita, pero no solo ese día, sino toda la vida.
Él no puede hablar, pero no hace falta, entre hombres está todo dicho, y hace un gesto de máximo agradecimiento, que provoca que se me estremezca todo el cuerpo.
La tarde sigue su curso, las emociones se van suavizando, el viento que envuelve el frío que viene de la sierra hace que nuestras caras blanqueen, y que nuestro amigo se despeje y se sienta mejor entre su gente, los cuales están comentando la última anécdota de uno de ellos que ha adoptado un perro.
Le acompañamos adentro, le dejamos junto a su familia y junto al padre que nunca volverá, pero también se queda con la compañía de la seguridad que da el saber que jamás estará solo porque siempre tendrá un montón de amigos para apoyarle.
Vuelvo a casa, no estoy triste, estoy contento, no me acuerdo ni de que Ana Botella pasó a nuestro lado en el tanatorio, ni de la animadversión que la tengo. Estoy feliz porque he hecho lo que debía, y porque un cromañón también tiene sentimientos. Cosa mágica la de los sentimientos, que de momento no han podido quitarnos, que hace diminuto al miedo, que consigue ridiculizar al odio, y que provoca que queramos el bien de las personas, haciendo que la vida, la única que tenemos, merezca la pena vivirla.