Un día perfecto... por Antonio Cabrero Díaz
Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo.
Aquí estamos otra vez para recomendarles que vean el programa salvados, que el próximo domingo tratará un tema muy interesante, el de los esclavos. En este país hubo esclavos que trabajaban haciendo monumentos para ensalzar la figura del asesino dictador, o construyendo infraestructuras para que se enriquecieran los “amigos” del régimen.
Creo que es necesario que la gente sepa lo que aquí ocurrió durante el franquismo, para que de una vez por todas se entiendan muchas cosas. También deseo que revisando nuestra historia negra nos aclaremos, y nos demos cuenta que en la actualidad pasa lo mismo. Hay esclavos de última generación.
Inditex(zara), el Corte Inglés, la familia March y su amianto, son un ejemplo de cómo se puede abusar de la gente de una manera legal, haciéndola trabajar sin ningún tipo de seguridad para su salud, por cuatro perras, sea en España, Camboya, Bangladesh, o China.
Ellos son los que mandan en el mundo, los que deciden quien vive y quien no, y son quienes hacen las leyes. Mientras tanto el pueblo llano se consuela llamando vagos, rojos, y demás lindezas a gente, que como yo, quiere un mundo más justo para todos, incluidos los del IBEX 35.
Sin más, esperando que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:
UN DÍA PERFECTO
Me levanto. Mejor dicho, me despierto, y compruebo que no tengo que ir a trabajar. Me doy la vuelta y alargo mi idilio con la cama unos minutos más. Es viernes y esta lloviendo.
Lo que para la mayoría puede ser un fastidio para mi es una bendición. Desde el balcón veo el cielo encapotado por un gris que me pide a gritos que me ponga debajo de él. Una cortina de agua dibuja el baile del vientre seduciéndome con una lluvia fina.
Sentado en la mesa, y con música de rock suave, me dispongo a dar cuenta de un suculento desayuno. Mi suerte es inmensa, no me mojo, no tengo frío, y disfruto de varios tipos de fruta, cereales con leche, pan y jamón. Otros, lamentablemente, no pueden hacer lo mismo.
Bajo al super del barrio a hacer la compra semanal. El día anterior fui al mercado. Un sitio de esos de los que ya no quedan, en donde el que te atiende habla contigo, te aconseja, e incluso te fía si te falta dinero. La cosa se me da bien, los señores y señoras mayores no me han metido mucho el codo y termino rápido.
Por el camino me paro con unos y con otros, porque los barrios, en el fondo, son como los pueblos, se conoce todo el mundo. Un poquito de política, mucho menos de fútbol, una promesa de futuras cañas, y a casita. Al final la compra se ha alargado más de lo previsto. No se puede ser un bebedor social.
Tenías ganas de ir al bosque un día de lluvia. Más o menos voy preparado. En menos de diez minutos estaré allí. No he podido tener más suerte. Un par de cigüeñas me dan la bienvenida. La lluvia también, y de una manera impetuosa.
A medida que voy quemando kilómetros voy sofocando el fuego de la ansiedad que provoca la decepción diaria. Se me olvidan los problemas, si los tengo, y comienzo a ver el mundo de otra manera. No me acuerdo de nadie, si no es para algo bueno, y entiendo que querer no esta hecho para mí, porque puede más el deseo de ser libre.
Las cuestas me invitan a subirlas, y los llanos me dan descanso. Los árboles, lejos de parecer inmóviles, me resguardan y me recuerdan que no quiero dejar de verlos, porque esto sería el final de mi carrera. Estoy solo, no hay ningún atisbo de vida humana, y eso me hace inmensamente feliz.
Mi última etapa es el parque. No paro porque parezco un ingrediente de una excelente sopa de verduras. Subo al piso, me seco, estiro, y me doy una ducha que me atrapa como su fuera una amante. Al final me consigo desembarazar de ella y doy con mis huesos en el sofá.
Luego vendrá la comida, poco después un libro, más tarde la merienda, un poco más tarde unos amigos, y, finalmente, la noche. Será entonces cuando me de cuenta de que he tenido un día perfecto, y caeré en un sueño profundo, en el cual no podré distinguir si estoy vivo o estoy muerto.