Una valla con puerta... por Antonio Cabrero Díaz

22.08.2014 00:00
Hola amiguitos y amiguitas de PB Agujúo, aquí estamos otra vez.
Después de unas breves vacaciones vuelvo a escribir un breve artículo, pues creo que es necesario un periodo de adaptación, tanto para ustedes como para mí.
Antes de empezar quería dar las gracias a todas las personas que las pasadas fiestas de Pedro Bernardo me pararon para decirme que siguen mi sección, y que además les gusta, aunque algunas veces no estén de acuerdo con lo que escribo. No creía que me leyese tanta gente, y sobre todo no me pensaba que disgustara tan poco, o quizás si. Imagino que los disgustados directamente no querrán ni verme. Aun así les doy las gracias también por seguir Libertalia.
Sin más, esperando que les guste, y, como no, que les disguste, les dejo con:
 
 
UNA VALLA CON PUERTA
 
 
Veo la puerta de acceso al otro lado, y que es la única posibilidad que tengo para franquear la valla. Tengo suerte pues poseo una llave que abre la cerradura de la libertad. No me esperan palos ni porras, y si un montón de amigos con los brazos abiertos.
Acudo a la cita, estamos todos juntos un años más. "La Vieja Guardia", como nos llaman los más jóvenes, ha cumplido con nota alta unas nuevas fiestas de San Roque. Lo han dado todo, demostrando que pasar de los cuarenta no es un impedimiento para pasarlo bien y hacer lo que a uno le gusta.
Los padres se hacen viejos. La familia se va desmembrando por causas naturales. La ley de la vida nos pone en su sitio, que es lo normal. Al otro lado de la valla mueren antes los hijos que los padres. El capitalismo es despiadado con el pobre. La mafia simplemente es un téntaculo.
Las cañas interminables, los cantes desafinados, y las noches de copas y bailes han sido los protagonistas de la juerga de estos maduritos. Todo ha ido perfecto, por su sitio. No ha habido problemas, pero si una sensación de que algo faltaba, de que alguien faltaba.
No puedo evitar entrar en el bar de la familia cuyo apellido me traslada a la ciudad del acueducto y sentirme raro. Busco y no encuentro. Me pasan la caña. Luego me pasan otra. Parece que se me olvida. Oigo un chiste, una chorrada de un colega, y comienzo a reír, incluso a llorar, mezclando el recuerdo con la actualidad.
La suerte esta conmigo, esta con todos nosotros. Hemos nacido al otro lado. Nadie nos pega sino protestamos. Nadie nos echa o no nos deja pasar de una parte de mundo a la otra.
Estoy en la plaza rodeado por los míos, los de toda la vida, no atisbo a ver con claridad lo que pasa a mi alrededor. Creo divisar bultos negros subidos en los maderos que rodean el coso. Son personas de color. Abajo les esperan hombres de color verde, y porras en vez de rosas.
Según les van tirando les hacen un pasillo y les van dando patadas y porrazos. No hay derecho, ni siquiera de los humanos. No estoy de acuerdo y grito que les dejen en paz. Se acerca Chiri y me dice que si se lo estoy diciendo a él. Me doy cuenta de que he bebido y fumado demasiado.
Pasan los días y las fiestas, y también los recuerdos de las injusticias y de los ausentes. Para eso están precisamente estas celebraciones, para olvidar todo aquello que durante todo el año nos fastidia y nos cabrea. Es el momento adecuado para liberarse y aceptar por norma, "el todo vale".
La valla deja paso a la pared. Esa pared que no sabemos porqué separa nuestras vidas de la de otras personas a las que queremos pero con las que somos incapaces de coincidir y de demostrar lo que realmente sentimos. Yo no tengo pared. Yo solo puedo ver una inmesa valla. La que separa nuestra vida de las suyas. La que marca donde esta el que tiene. La que decide que una persona vale menos que la porra que le pega.
Las fiestas llegan a su fin. Menos mal que han terminado, pues el cuerpo estaba dando muestras de cansancio. Cinco días a todo trapo, mañana, tarde y noche, sin dormir ni comer, terminan con cualquiera. Sarna con gusto no pica. Es peor estar un día entero al sol, sin agua, subido a una valla de seis metros, y esperando a que te zurren una vez hayas bajado de ella.
Duele más lo moral que lo físico. Las heridas tarde o temprano se curan, pero el daño psíquico dura toda la vida. Hay que intentar aplacar ese dolor, el nuestro y el de los demás.
Espero continuar muchos años disfrutando con los amigos de siempre y también espero seguir pasando la valla por la puerta. Y no espero, y sí exijo que ese derecho que yo tengo, por la simple casualidad de haber nacido en Madrid, lo tengan todas las personas del planeta, para que todos juntos y en igualdad de condiciones, si puede ser, podamos celebrar en paz y armonía las fiestas de San Roque del año que viene.