Volar... por M. Yolanda Tejero
Todo había transcurrido como de costumbre, un día más en el Colegio
Apenas un par de comentarios ingeniosos de la profesora de historia, Sor Ascensión que con Mari Carmen de Arte eran las únicas que le hacían prestar atención y que le movían la curiosidad hacía el pasado. Los demás daban sus clases sin dejar huella por su discreta vida de alumna.
El colegio le resultaba gris a pesar del color rojizo de sus ladrillos y aun sin saberlo ella, le causaba miedo. El patio con un palomar enorme plantado en el centro desde donde se oían ruidos de pájaros, aleteos bruscos, los zureos de las palomas, el pánico le hacía estremecerse y devoraba aprisa su merienda para refugiarse en el edificio viejo.
Allí debajo de la escalera de hierro, las internas se reunían para fumar a escondidas mientras chismorreaban de las monjas y relataban historias de pasadizos secretos llenos de huesos y calaveras mal enterrados y de donde se oían gemidos y voces extrañas en la noche.
Ellas dormían en el edificio nuevo, pero alguna noche se habían escapado al viejo para poder oír de cerca los sonidos que salían de esa verja que cerraba la entrada a uno de los túneles.
La niña con su terror a los pájaros sentía crecer su angustia oyendo las historias de las internas. Por fin tocaba la campana podía volver a clase y recuperar un poco de tranquilidad.
Ese día se sintió mal, mareada y con mucho dolor de barriga, le llevaron a la vieja enfermería en el primer piso, le ayudaron a subir por las escaleras apoyándose en las barandillas de hierro negro. Al pasar pudo ver la puertecilla con la verja cerrando el pasadizo y se inquietó un poco más. Llegó a aquella sala enorme de baldosas blancas y negras y con 6 camas de barrotes blancos, aquel olor a alcohol y a desinfectante hospitalario le acentuaron un frio intenso retorciéndole un poco más las tripas.
Sor Carmen, la monja enfermera, le ayudó a quitarse los zapatos y echarse en aquella cama de sábanas inmaculadas, después le preparó una infusión caliente y un calmante, le arropó y despacio la niña se sumió en un profundo sueño.
Se sintió caer bruscamente de la orilla de la cama sin poder detenerse pero sabía que no era posible perder el equilibrio, estaba en el centro del lecho volvió al sopor profundo y sintió una levedad absurda que la arrebataba el peso de su propio cuerpo, el peso de sus humildes preocupaciones, de sus culpas, de sus sueños imposibles, de sus amores lejanos y se sintió liviana, casi desaparecida, no conseguía verse era transparente o simplemente había dejado de ser ….ya no estaba en ningún sitio. En silencio volaba y se dio cuenta que ella también volaba elevándose por encima de su cuerpo y no sentía miedo, no tenía ningún temor , podía ver toda la sala con las camas de barrotes, las baldosas brillantes blancas y negras …y allí estaba su cuerpo desamparado en la cama estirado por completo sin zapatos y con el uniforme gris .
Toda la habitación resplandecía con una luz blanca deslumbrante que le cegaba y le impedía ver su propia figura. Siguió con esa sensación de pluma sin peso y de vuelo sin rumbo ….Se buscó y una opresión profunda se adueñó de ella y se sintió perdida, sin camino de vuelta al cobijo de su cuerpo Poco a poco la luz se fue atenuando y ella recuperó su peso hasta fundirse con al uniforme gris y dar vida a los pies sin zapatos que yacían en esa cama inmaculada donde de nuevo volvió a sentir miedo y esa angustia que le recordaba que estaba viva.
Yolanda Tejero M
Getafe,16 de abril de 2016