Volar... por M. Yolanda Tejero

18.05.2016 14:33

Todo había transcurrido como de costumbre, un día más en el Colegio

 

Apenas un par de comentarios ingeniosos de la profesora de historia, Sor Ascensión  que con Mari Carmen de Arte eran las únicas que le hacían prestar atención y que le movían la curiosidad hacía el pasado. Los demás daban sus clases sin dejar huella por su discreta vida de alumna.

El colegio le resultaba gris  a pesar del color rojizo de sus ladrillos  y aun sin saberlo ella,  le causaba miedo. El patio con un palomar enorme plantado en el centro desde donde se oían ruidos de pájaros, aleteos bruscos, los zureos de las palomas, el pánico  le hacía estremecerse  y  devoraba aprisa  su merienda para refugiarse en el edificio viejo.

 

Allí debajo de la escalera de  hierro,   las internas se reunían para fumar a escondidas mientras  chismorreaban de las monjas y relataban historias de pasadizos secretos llenos de huesos y calaveras mal enterrados  y  de  donde se oían  gemidos y voces extrañas en la noche.

Ellas dormían en el edificio nuevo, pero alguna noche se habían escapado al viejo para  poder oír de cerca los sonidos que salían de esa verja que cerraba la entrada  a uno de los túneles.

La niña con su terror a los pájaros sentía crecer su angustia  oyendo  las historias de las internas. Por fin  tocaba la campana podía volver  a clase y recuperar un poco de tranquilidad.   

Ese día se sintió mal, mareada y con mucho dolor de barriga,  le llevaron  a la vieja enfermería en el primer piso,  le ayudaron a subir por las escaleras apoyándose en las barandillas de hierro negro. Al pasar  pudo ver la puertecilla con la verja cerrando el  pasadizo y se inquietó un poco más.  Llegó  a aquella sala enorme de baldosas blancas y negras y con 6 camas de barrotes blancos, aquel olor a alcohol y a desinfectante hospitalario le acentuaron  un frio intenso retorciéndole un poco más las tripas.

Sor  Carmen, la monja enfermera, le ayudó a quitarse los zapatos y  echarse  en aquella cama de sábanas inmaculadas, después le preparó una infusión  caliente  y un calmante,   le  arropó y despacio la niña se sumió en un profundo sueño.

Se sintió caer bruscamente de la orilla de la cama sin poder detenerse  pero sabía que   no era posible perder el equilibrio, estaba en el centro del lecho volvió al sopor profundo y sintió una levedad absurda que la arrebataba el peso de  su propio cuerpo, el peso de sus humildes preocupaciones, de sus culpas, de sus sueños imposibles, de sus amores lejanos y se sintió liviana, casi desaparecida, no conseguía verse era transparente o simplemente había dejado de ser ….ya no estaba en ningún sitio.  En silencio volaba y se dio cuenta que ella también  volaba elevándose  por encima de su cuerpo  y no sentía miedo, no tenía ningún temor , podía ver  toda la sala con  las camas de barrotes,  las baldosas brillantes blancas y negras  …y  allí estaba  su cuerpo desamparado  en la cama estirado por completo sin zapatos y con el uniforme gris .

Toda la habitación resplandecía con una luz blanca deslumbrante que le cegaba y le impedía  ver su propia figura. Siguió con esa sensación de pluma sin peso y de vuelo sin rumbo ….Se buscó  y una opresión profunda  se adueñó de ella y se sintió perdida,  sin camino de vuelta al cobijo de su cuerpo Poco a poco la luz se fue atenuando y ella recuperó  su peso hasta fundirse  con al uniforme gris y dar vida a  los pies sin zapatos que yacían en esa cama inmaculada donde de nuevo volvió a sentir miedo y esa angustia que le recordaba que estaba viva.

 

 

 

Yolanda Tejero M

Getafe,16 de abril de 2016